Final De Los Tiempos

sábado, 29 de diciembre de 2012

Homilía Diciembre 30 de 2012


Aquí encontraremos:
A1.
Domingo Diciembre 30 de 2012
La Sagrada Familia
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

A2.
Domingo Enero 01 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Año Nuevo

A3.
Domingo Enero 06 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.


Empecemos:




“Que la paz y la reconciliación permanezcan en nuestros corazones en esta Navidad
y en el Nuevo Año”

Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.


A1.
Domingo Diciembre 30 de 2012
La Sagrada Familia

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá todos ellos, como era costumbre en esa fiesta. Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Pensando que Jesús iba entre la gente, hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos, no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas.

Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo: --Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. Jesús les contestó: --¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no entendieron lo que les decía. Entonces volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo. Su madre guardaba todo esto en su corazón. Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres.

La Iglesia nos invita este domingo inmediatamente posterior a la celebración del nacimiento de Jesús, a meditar sobre la Sagrada Familia compuesta por Él, María y José. Detengámonos en algunos aspectos que nos presentan los textos bíblicos correspondientes, y tratemos de aplicarlos a nuestra vida, cuando en este tiempo de Navidad cobra especial importancia el sentido de la familia.

1.               Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo.

El relato que nos trae hoy el Evangelio sobre la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el Tempo de Jerusalén contiene un significado simbólico que se relaciona con lo que iba a ser el misterio de su resurrección. En este sentido, la expresión “al cabo de tres días” nos remite a la experiencia pascual que iban a vivir María santísima y los primeros discípulos de Jesús después de su pasión y muerte en la cruz. Esto quiere decir que los relatos de la infancia de Jesús que encontramos en los Evangelios según san Mateo y según san Lucas, y que fueron redactados después de los de la pasión, muerte y resurrección del Señor, se escribieron desde la perspectiva de la vivencia pascual que tuvieron sus primeros discípulos.
En el relato de Lucas que corresponde al Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús cumpliendo con sus padres María y José la costumbre religiosa de celebrar cada año la fiesta de la Pascua, con la que los judíos conmemoraban la liberación, obrada por Dios, de la esclavitud que habían sufrido sus antepasados en Egipto doce siglos atrás. María y José fueron para ello con su hijo de 12 años desde Nazaret en Galilea hasta la capital de Judea, cuyo centro de culto a Dios era el Templo de Jerusalén.

Varios elementos para nuestra contemplación orante podemos encontrar en el relato de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo. Centrémonos hoy, con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, en la última parte del Evangelio, en la cual se nos presenta a Jesús, después de su regreso con María y José a Nazaret, “obedeciéndoles en todo”, y contemplemos el misterio de Dios hecho hombre que, como hijo, da ejemplo de obediencia a sus padres. Pero también contemplemos a María, quien, como nos dice el Evangelio, “guardaba todo esto en su corazón”. Se trata del silencio reverente ante el misterio del desarrollo mental y físico de un niño que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho humano hasta el punto de “crecer en sabiduría y estatura”.

2.              Honra a tu padre y a tu madre

Tanto la 1ª lectura, tomada de un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a. C. y llamado de Ben Sirac o Eclesiástico (3, 3-7.14-17 a), como la 2ª, de la carta escrita entre los años 57 y 62 d. C. por san Pablo a la comunidad de los Colosenses (3, 12-21), habitantes de la pequeña población de Colosas, en el Asia Menor, nos recuerdan el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

Ahora bien, en la 2ª lectura encontramos un detalle interesante: la exhortación de Pablo a los padres a que traten a sus hijos como personas que merecen respeto “padres, no exasperen a sus hijos”, tiene una actualidad especial en nuestro país, donde la violencia intrafamiliar -en especial el maltrato infantil- es una de las manifestaciones más frecuentes de la injusticia social. Así, pues, el cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo para los hijos con respecto a sus padres. Implica también que éstos sepan ganarse el respeto de sus hijos, con el testimonio de su ejemplo de buen trato.


3.              La Sagrada Familia y la auténtica familia cristiana.

La segunda lectura nos presenta también todo un programa para la realización de la vida familiar. Resalta en este programa la disposición a la comprensión y al perdón, indispensable para la armonía entre esposos y entre padres e hijos. Es en el seno de la familia donde se aprende a pedir perdón y a perdonar, con todo lo que ello implica en términos de reconciliación y a la vez de disposición a enmendarse y reparar los males causados. Si no existe en el hogar esta experiencia, muy difícilmente se darán después en la persona las disposiciones necesarias para contribuir a la convivencia pacífica.

Pero además el texto bíblico nos presenta una doble referencia a la Acción de Gracias, término que corresponde en griego a la palabra Eucaristía. La Misa de los domingos y días festivos debe ser constante en la vida familiar, además de la oración diaria en familia, a la hora compartir el alimento, dándole gracias al Señor por él y pidiéndole que nos disponga a compartir lo que tenemos con los más necesitados.

Dispongámonos entonces a participar en familia y con la debida frecuencia en la celebración del sacramento de la Eucaristía, que no sólo nos da la oportunidad a todos de escuchar en comunidad lo que nos dice el Señor, sino también de ser alimentados con la vida resucitada de Jesús, que nos fortalece espiritualmente para seguir el ejemplo de la Sagrada Familia.-




A2.
Domingo Enero 01 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
-     Año Nuevo

- Santa María Madre de Dios

 - Imposición del Nombre de Jesús
- Jornada Mundial de Oración por la Paz


En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lucas 2, 16-21).

1.       Comenzamos el año proclamando a María Santísima como “Madre de Dios”

“Madre de Dios” es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

El texto de la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía- (Gálatas 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios como “nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús:
“Abba”, que en arameo significa literalmente papá.

También a María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la proclamó /Madre de la Iglesia/, porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”, sino también “Madre nuestra”.

2.       Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador

El Evangelio de hoy (Lucas 2, 16-21) indica que los bebés hebreos varones recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús, cuyo nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María y José, significa Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés -Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva).

A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y nuestras relaciones humanas.

3.       Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad.

Con la evocación del cántico de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-, que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz.

El Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz al comenzar el año 2013 tiene como lema "Bienaventurados los que buscan la paz”. Esta frase, tomada del discurso de las bienaventuranzas de Jesús, cobra especial significadlo para nosotros precisamente cuando se han reiniciado los intentos por conseguir la paz en nuestro país. Este propósito debe estar presente siempre en la vida de todas las personas que queremos seguir a Jesús, y mostrarse con hechos concretos.

Al iniciar pues este año 2013, pidámosle al Señor el don de la paz y dispongámonos a hacer lo que nos corresponde para que este don llegue efectivamente a cada uno de nosotros y a toda la humanidad: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero:

Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.



A3.
Domingo Enero 06 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.


Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así la ha escrito el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: “Vayan y averigüen cuidadosamente por el niño, y cuando lo encuentren avísenme para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 1-12).


1.       La “Epifanía” como manifestación de la universalidad del reino de Dios.

La fiesta que en el lenguaje popular se conoce como de los “Reyes Magos”, cuya fecha tradicional es el 6 de enero, recibe en la Iglesia el nombre oficial de Epifanía del Señor, y en varios países, entre ellos Colombia, viene desde hace algún tiempo celebrándose el domingo inmediatamente posterior al primer día del año. El vocablo griego epifanía significa manifestación espléndida, y se aplicaba antiguamente a los reyes que entraban triunfalmente a una ciudad y eran reconocidos por su poder victorioso.

La Iglesia Católica lo emplea para celebrar la manifestación de Jesús que iba a ser reconocido como el Mesías que vendría al mundo para establecer el reinado de Dios, y que iba a ser reconocido como Señor por todos los pueblos de la tierra. Así lo había predicho el libro de Isaías unos cinco siglos antes en el texto bíblico de la primera lectura (Is 60, 1-6), de acuerdo con el sentido más profundo del Salmo 72 (71), que en la Misa de la fiesta de la Epifanía se recita como salmo responsorial.

Este es también el sentido de lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los primeros cristianos de Éfeso (Efesios 3, 2-6), al referirse a los “gentiles” -los que no pertenecen a la raza judía- como igualmente destinatarios de la acción salvadora de Dios en persona por medio de Jesucristo.

2.       El significado de los “Magos de Oriente” y la estrella que los guía

El texto del Evangelio (Mateo 2, 1-12) no es un relato estrictamente histórico. Pertenece a un género literario llamado en hebreo “midrash”: una narración con fines didácticos. La enseñanza que corresponde al relato de los “magos” (más exactamente sabios estudiosos de las estrellas), que no dice que fueran reyes (aunque los textos bíblicos mencionados del Antiguo Testamento parecen darlo a entender), ni que fueran tres (aunque tres son los dones que ofrecen), ni cuáles eran sus nombres, razas o nacionalidades (aunque se indica que vienen “de Oriente”), consiste en una invitación a reconocer la epifanía o manifestación poderosa del comienzo del reinado universal de Dios en el misterio de la Encarnación, desde el comienzo de la vida de Jesús en la tierra como luz del mundo, a quien simboliza la estrella que los guía hacia Belén.

Los nombres de Gaspar, Baltasar y Melchor, mencionados en un Evangelio apócrifo (no reconocido por la Iglesia), escrito en el siglo II d.C. y atribuido al apóstol Bartolomé, aparecen también en un Códice de la Biblioteca de París, entre los siglos V y VII d.C. Sus características raciales fueron atribuidas en el siglo XVI teniendo en cuenta la narración del libro del Génesis que se refieren a los hijos de Noe: Sem, antepasado originario de los asiáticos, es representado por Gaspar; Cam, antepasado de los africanos, por Baltasar; y Jafet, antepasado de los europeos, por Melchor.

La estrella se ha explicado de diferentes maneras. Johannes Keppler dice en 1606 que fue un fenómeno astronómico debido a la conjunción de la Tierra con Saturno y Júpiter. Para la Iglesia se trata de un símbolo de la luz divina que guía a todos los pueblos para que reconozcan en Jesús al Señor del universo.

3.       El significado de los dones ofrecidos a Jesús.

Es significativa la descripción de los dones. Además de anunciar simbólicamente lo que ocurriría en el transcurso posterior de la historia de la humanidad, cuando los poderosos y los sabios de este mundo se postrarían para reconocer y adorar en el humilde niño Jesús al Rey del Universo, los dones de oro, incienso y mirra han sido interpretados como signos respectivamente de la realeza, la divinidad y la humanidad de Jesús. (La mirra se empleaba en los ritos funerarios orientales para embalsamar los cuerpos, lo cual da pie para simbolizar con ella la humanidad mortal de Jesucristo).

Acojamos la enseñanza que nos trae el relato evangélico de la Epifanía del Señor, siguiendo como los magos la estrella que nos conduce a reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas, y abriéndole los cofres de nuestros corazones para ofrecerle todo lo que somos y tenemos, de modo que Él reine de verdad en cada uno de nosotros y en los ambientes en los que transcurre nuestra existencia: en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero.-

lunes, 24 de diciembre de 2012

Natividad del Señor 25 Diciembre 2012


Natividad del Señor
25 Diciembre 2012
Tomado De: http://www.paulinas.org


Evangelio

Jn 1,1-18 (breve: 1,1-5.9-14)

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibe. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Palabra creadora
y Palabra salvadora


La aparición de una nueva vida humana es siempre un momento-síntesis: pone en movimiento, a partir de la pequeñez más inerme y delicada, un dinamismo del que nadie conoce el desarrollo: ¿Qué será este niño? ¿Qué puesto ocupará en el concierto de la historia? La pregunta nos concierne a todos, pues cada uno de nosotros ha sido niño y, según el espíritu evangélico, debe continuar siéndolo para entrar en el Reino: ¿Quién será –quién es– aquel niño que fui yo? ¿Qué trayectoria estoy siguiendo? Si, volviendo por el «túnel del tiempo», me encontrara con el niño que fui, ¿lo reconocería? ¿Me reconocería él a mí? Aquí tenemos una pregunta muy navideña y comprometida. Este aspecto tan humano, tan a la intemperie, toca también a Jesús, el Niño de Belén, que conocemos por lo que de mayor llegará a ser para nosotros. Hoy la revelación nos descubre el misterio de su procedencia arcana. Toda la comunicación de Dios nos llega mediante esta «Palabra», en la que Él viene a nuestro encuentro trayéndonos la plenitud de la gracia y de la verdad.


Frase del día


Te adoramos emocionados, Señor Jesús, en el misterio de tu encarnación. Bajas a nosotros, hecho niño, para elevarnos contigo. Queremos acogerte y unirnos a ti.


HOMILÍA DE BENEDICTO XVI EN LA NOCHEBUENA

“Jesucristo, tú que has nacido en Belén”, “entra en mí, en mi alma”

CIUDAD DEL VATICANO
24 de diciembre de 2009
Homilía que pronunció Benedicto XVI en la Misa del Gallo de la Noche Buena, celebrada en la Basílica de San Pedro.




Queridos hermanos y hermanas:

"Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5). Lo que, mirando desde lejos hacia el futuro, dice Isaías a Israel como consuelo en su angustia y oscuridad, el Ángel, del que emana una nube de luz, lo anuncia a los pastores como ya presente: "Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un "Dios con nosotros". Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Por vosotros ha nacido el Salvador: lo que el Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros. Ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí. Y, entonces, también yo debo decir como los pastores: Vayamos, quiero ir derecho a Belén y ver la Palabra que ha sucedido allí. El Evangelio no nos narra la historia de los pastores sin motivo. Ellos nos enseñan cómo responder de manera justa al mensaje que se dirige también a nosotros. ¿Qué nos dicen, pues, estos primeros testigos de la encarnación de Dios?.

Ante todo, se dice que los pastores eran personas vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban velando. Nosotros hemos de despertar para que nos llegue el mensaje. Hemos de convertirnos en personas realmente vigilantes. ¿Qué significa esto? La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está en un mundo muy particular. Con su yo, está encerrado en este mundo del sueño que, obviamente, es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos. El conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios. Así, despertarse significa desarrollar la sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia. Hay quien dice "no tener religiosamente oído para la música". La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos "sin oído musical" para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo. Para conseguir esta vigilancia, este despertar a lo esencial, roguemos por nosotros mismos y por los demás, por los que parecen "no tener este oído musical" y en los cuales, sin embargo, está vivo el deseo de que Dios se manifieste. El gran teólogo Orígenes dijo: si yo tuviera la gracia de ver como vio Pablo, podría ahora (durante la Liturgia) contemplar un gran ejército de Ángeles (cf. In Lc 23,9). En efecto, en la sagrada Liturgia, los Ángeles de Dios y los Santos nos rodean. El Señor mismo está presente entre nosotros. Señor, abre los ojos de nuestro corazón, para que estemos vigilantes y con ojo avizor, y podamos llevar así tu cercanía a los demás.

Volvamos al Evangelio de Navidad. Nos dice que los pastores, después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron uno a otro: "Vamos derechos a Belén... Fueron corriendo" (Lc 2,15s.). Se apresuraron, dice literalmente el texto griego. Lo que se les había anunciado era tan importante que debían ir inmediatamente. En efecto, lo que se les había dicho iba mucho más allá de lo acostumbrado. Cambiaba el mundo. Ha nacido el Salvador. El Hijo de David tan esperado ha venido al mundo en su ciudad. ¿Qué podía haber de mayor importancia? Ciertamente, les impulsaba también la curiosidad, pero sobre todo la conmoción por la grandeza de lo que se les había comunicado, precisamente a ellos, los sencillos y personas aparentemente irrelevantes. Se apresuraron, sin demora alguna. En nuestra vida ordinaria las cosas no son así. La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto - se piensa - siempre se podrá hacer. Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de San Benito, reza: "No anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio divino)". Para los monjes, la liturgia es lo primero. Todo lo demás va después. Y en lo fundamental, esta frase es válida para cada persona. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida. Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. Queremos aprender de ellos la libertad interior de poner en segundo plano otras ocupaciones - por más importantes que sean - para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.

Algunos comentaristas hacen notar que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. Los sabios de Oriente, los representantes de quienes tienen renombre y alcurnia, llegaron mucho más tarde. Y los comentaristas añaden que esto es del todo obvio. En efecto, los pastores estaban allí al lado. No tenían más que "atravesar" (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones. Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente. Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él. Pero hay sendas para todos. El Señor va poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí. Transeamus usque Bethleem, dice la Biblia latina. Vayamos allá. Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia Él. Pero también a través de senderos muy concretos, en la Liturgia de la Iglesia, en el servicio al prójimo, en el que Cristo me espera.

Escuchemos directamente el Evangelio una vez más. Los pastores se dicen uno a otro el motivo por el que se ponen en camino: "Veamos qué ha pasado". El texto griego dice literalmente: "Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí". Sí, ésta es la novedad de esta noche: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquel que es su verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15). En la figura de Jesucristo, en todo su vivir y obrar, en su morir y resucitar, podemos ver la Palabra de Dios y, por lo tanto, el misterio del mismo Dios viviente. Dios es así. El Ángel había dicho a los pastores: "Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12; cf. 16). La señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor. Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él tiene el poder y es la Bondad. Nos invita a ser semejantes a Él. Sí, nos hacemos semejantes a Dios si nos dejamos marcar con esta señal; si aprendemos nosotros mismos la humildad y, de este modo, la verdadera grandeza; si renunciamos a la violencia y usamos sólo las armas de la verdad y del amor. Orígenes, siguiendo una expresión de Juan el Bautista, ha visto expresada en el símbolo de las piedras la esencia del paganismo: paganismo es falta de sensibilidad, significa un corazón de piedra, incapaz de amar y percibir el amor de Dios. Orígenes dice que los paganos, "faltos de sentimiento y de razón, se transforman en piedras y madera" (In Lc 22,9). Cristo, en cambio, quiere darnos un corazón de carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón. En la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a Orígenes: "En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)" (In Lc 22,3).

Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado.