Final De Los Tiempos

viernes, 12 de octubre de 2012

Homilía Dominical Octubre 14 de 2012


Homilía Dominical
 Octubre 14 de 2012
Por. P. Alvaro Torres CJM



Textos:
Sabiduría 7, 7-11;
Hebreos 4, 12-13;
Marcos 10, 17- 30

Jesús asciende a Jerusalén con sus discípulos. Uno que no es del grupo le sale al camino. Llegó corriendo, lo trae algo urgente para él. Se arrodilló como quien descubre un ser superior y formula la pregunta fundamental del hombre, la que decide su presente y su futuro. No inquiere cosas pasajeras ni banales: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Se siente hijo de Dios y en el texto habla no de poseer sino de heredar. Se dirige a Jesús como a un Maestro bueno, en quien se puede confiar; de quien solo podemos esperar lo bueno. Jesús lo llama a reflexionar y ponderar sus palabras. En realidad solo Dios es bueno. En todo lo creado se esconde raíz de mal, así sean las limitaciones de la vida.
            La respuesta inicial de Jesús podría ser dada por un maestro de Israel. Conoces, mejor, sabes lo mandamientos. Jesús de un saber que va más allá de la simple información, de conocer un texto. Le sugiere cumplirlos, identificarse en la práctica con ellos. Le ayuda recitándolos él mismo; añade algo que no está en el texto tradicional: no estafarás. El hombre responde afirmativamente. Es un buen israelita, sin engaño como los quería él. Jesús se le quedó mirando con cariño, mirada distinta de otras miradas que el evangelio de Marcos señala. En ella había ya una invitación. ¿Cómo resistir esa mirada? Pero hay la condición fundamental: preferir a Jesús por encima de toda riqueza, tenerlo a él como la máxima, la única verdadera riqueza, el primer valor. Anda… vende… da… y luego sígueme. Para el hombre, Jesús debe ser lo mayor que hay que buscar. Para Jesús ese hombre que está allí es lo que él busca. Es como si le hubiera dicho: no me interesan tus riquezas, me interesas tú; lo que busco y amo eres tú, solo tú..

            Todo se resuelve en la negativa del hombre en el momento máximo de su ser religioso, de su fe. Prefirió no seguir a Jesús; optó por seguir cultivando sus bienes, efímeros, perecederos, imposibles de parangonar con el Hijo de Dios. Hay una enseñanza fundamental: es posible para el hombre, para todo hombre, para nosotros, equivocar el camino; fallar en el momento de elegir. Pecado significa fundamentalmente errar el tiro, no dar en el blanco al disparar.

            ¿Lo entendieron los discípulos de entonces?
              ¿Lo entendemos los discípulos de hoy?
              ¿No está allí el secreto fundamental del negarse a seguir a Jesús en el camino de la vida cristiana?
               ¿O de seguirlo sin compromiso, lo que equivale a no seguirlo?

Jesús da la clave. Si esto se mira solo con criterios humanos, los que hoy aprendemos en los talleres de la promoción del hombre, en las luchas por hallar puesto en la sociedad, no lo entendemos y no lo aceptamos. El solo recurso al que hay que acudir es Dios mismo. ¿Quién puede salvarse? Decían los discípulos a Jesús. O sea ¿quién puede aceptar esa condición? Un poco más adelante el evangelio nos va a hablar de las pretensiones de los hermanos Santiago y Juan (Mc 10, 35-36). Jesús dijo entonces y nos dice hoy: Es imposible para los hombres, no para Dios. Para Dios todo es posible.
           
En ese conflicto entre los planes del hombre y los de Dios, entre riquezas terrenas y bienes divinos, Dios no es solo espectador del combate que sufre el hombre en su opción. Dios entra con su gracia a un corazón abierto, capaz de entender. Los meros criterios humanos de empresa no nos sirven. Los bienes son buenos, son regalo de Dios a la humanidad para servicio de todos los hombres. Son necesarios pero no se pueden equiparar a la vocación fundamental del hombre que es Dios mismo, solo él. No olvidemos que donde terminan las posibilidades humanas empiezan las posibilidades divinas. Es palabra para todos los bautizados. Para el evangelio no hay discípulos mediocres.

Amén.

Homilía Dominical Octubre 14 De 2012

Homilía Dominical
 octubre 14 de 2012
Por. P. Alvaro Torres CJM



Textos:
Sabiduría 7, 7-11;
Hebreos 4, 12-13;
Marcos 10, 17- 30


            Un segundo obstáculo que impide el seguimiento de Jesús en su camino a Jerusalén son las riquezas y los valores de este mundo cuando se anteponen a él. No son malos en sí y son dones de Dios al hombre. Pero son relativos y no pueden constituirse en fin último. La primera lectura los hace inferiores a la sabiduría. Van desfilando ante la mirada y la apetencia del hombre cetros y tronos. El poder en su máxima manifestación terrena. Luego viene la riqueza, que viene en forma de piedras preciosas, plata y el otro. Frente a la sabiduría no son más que barro. Quedan todavía valores que el hombre aprecia: la salud y la belleza. Conocemos personas que sacrifican a ellas sus propios tesoros. Esa sabiduría de que habla la Biblia es una manifestación divina, regalo directo de Dios, comunicación de sí mismo que permite al hombre ver las cosas del mundo como los ve Dios mismo. Ella es fuente de los valores  y riquezas del mundo. La fuente es más valiosa que lo que de ella mana. Nada vendría sin la fuente. Esa sabiduría que es luz, esa que al decir del salmo envuelve a Dios como un manto (Sal 104, 2).

            Cuando llegamos a Cristo encontramos que todo se centra en él. El escrito a los Hebreos nos habla de la Palabra de Dios, viva y eficaz como él; incisiva y penetrante  a lo más íntimo del corazón, allá donde solo Dios llega verdaderamente.
            Jesús asciende a Jerusalén con sus discípulos. Uno que no es del grupo le sale al camino. Llegó corriendo, lo trae algo urgente para él. Se arrodilló como quien descubre un ser superior y formula la pregunta fundamental del hombre, la que decide su presente y su futuro. No inquiere cosas pasajeras ni banales: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Se siente hijo de Dios y en el texto habla no de poseer sino de heredar. Se dirige a Jesús como a un Maestro bueno, en quien se puede confiar; de quien solo podemos esperar lo bueno. Jesús lo llama a reflexionar y ponderar sus palabras. En realidad solo Dios es bueno. En todo lo creado se esconde raíz de mal, así sean las limitaciones de la vida.
            La respuesta inicial de Jesús podría ser dada por un maestro de Israel. Conoces, mejor, sabes lo mandamientos. Jesús de un saber que va más allá de la simple información, de conocer un texto. Le sugiere cumplirlos, identificarse en la práctica con ellos. Le ayuda recitándolos él mismo; añade algo que no está en el texto tradicional: no estafarás. El hombre responde afirmativamente. Es un buen israelita, sin engaño como los quería él. Jesús se le quedó mirando con cariño, mirada distinta de otras miradas que el evangelio de Marcos señala. En ella había ya una invitación. ¿Cómo resistir esa mirada? Pero hay la condición fundamental: preferir a Jesús por encima de toda riqueza, tenerlo a él como la máxima, la única verdadera riqueza, el primer valor. Anda… vende… da… y luego sígueme. Para el hombre, Jesús debe ser lo mayor que hay que buscar. Para Jesús ese hombre que está allí es lo que él busca. Es como si le hubiera dicho: no me interesan tus riquezas, me interesas tú; lo que busco y amo eres tú, solo tú..
            Todo se resuelve en la negativa del hombre en el momento máximo de su ser religioso, de su fe. Prefirió no seguir a Jesús; optó por seguir cultivando sus bienes, efímeros, perecederos, imposibles de parangonar con el Hijo de Dios. Hay una enseñanza fundamental: es posible para el hombre, para todo hombre, para nosotros, equivocar el camino; fallar en el momento de elegir. Pecado significa fundamentalmente errar el tiro, no dar en el blanco al disparar.

            ¿Lo entendieron los discípulos de entonces?
              ¿Lo entendemos los discípulos de hoy?
              ¿No está allí el secreto fundamental del negarse a seguir a Jesús en el camino de la vida cristiana?
               ¿O de seguirlo sin compromiso, lo que equivale a no seguirlo?

Jesús da la clave. Si esto se mira solo con criterios humanos, los que hoy aprendemos en los talleres de la promoción del hombre, en las luchas por hallar puesto en la sociedad, no lo entendemos y no lo aceptamos. El solo recurso al que hay que acudir es Dios mismo. ¿Quién puede salvarse? Decían los discípulos a Jesús. O sea ¿quién puede aceptar esa condición? Un poco más adelante el evangelio nos va a hablar de las pretensiones de los hermanos Santiago y Juan (Mc 10, 35-36). Jesús dijo entonces y nos dice hoy: Es imposible para los hombres, no para Dios. Para Dios todo es posible.
           
En ese conflicto entre los planes del hombre y los de Dios, entre riquezas terrenas y bienes divinos, Dios no es solo espectador del combate que sufre el hombre en su opción. Dios entra con su gracia a un corazón abierto, capaz de entender. Los meros criterios humanos de empresa no nos sirven. Los bienes son buenos, son regalo de Dios a la humanidad para servicio de todos los hombres. Son necesarios pero no se pueden equiparar a la vocación fundamental del hombre que es Dios mismo, solo él. No olvidemos que donde terminan las posibilidades humanas empiezan las posibilidades divinas. Es palabra para todos los bautizados. Para el evangelio no hay discípulos mediocres.

Amén.