Final De Los Tiempos

viernes, 8 de febrero de 2013

Reflexión Domingo Febrero 10 De 2.013


Reflexión Domingo Febrero 10 De 2.013

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

La liturgia de este domingo presenta dos relatos de vocación y de envío misionero: En la primera lectura narra el profeta Isaías su propia vocación durante la celebración del culto en el Templo: Dios, el tres veces SANTO, es también CERCANO y habla con el profeta. Dios purifica sus labios y el escogido se ofrece libremente: “envíame”. 

En el Evangelio está el segundo relato de vocación: Pedro se reconoce pecador, Jesús disipa su miedo y a la vez envía a sus discípulos al igual que Dios había enviado a sus mensajeros. Ser PESCADOR DE HOMBRES es una actividad divina, el apóstol es sólo un instrumento en manos de Dios. 

Pablo dirá en la segunda lectura que su actividad misionera se debe a la gracia de Dios. La enseñanza de este domingo es pues muy profunda: El servicio apostólico de todos los creyentes, es decir, el envío misionero no se funda en las capacidades humanas sino sólo SOBRE LA PALABRA DEL SEÑOR. Pedro ha reconocido la santidad del Señor  y luego experimentará amargamente su negación, pero Jesús, el que lo ha elegido, así como es rezará por Pedro (Lucas 22,31-32) y además lo mirará con benevolencia (Lucas 22, 61-62). 

De esa manera Pedro comprenderá que no debe apoyarse en sí mismo sino en el Señor. Cuando nos apoyamos en “nuestras fuerzas”, cuando queremos usar “nuestros méritos” fracasamos. Sólo la Palabra de Cristo tiene la fuerza para hacer fecunda nuestra labor apostólica.








SÍMBOLOS: Redes. O huellas en un camino.

NOTA: 

El próximo miércoles comienza LA CUARESMA, con el

MIÉRCOLES DE CENIZA. Tiempo fuerte. Tiempo de 

CONVERSIÓN.




jueves, 7 de febrero de 2013

Miércoles De Ceniza Año 2013


Del P. Carlos Pabón, c.j.m.

MIERCOLES DE CENIZA
AÑO DE LA FE

"Conviértete,  Cree y Escucha a Jesucristo"

Algunas indicaciones importantes:

- Les sugerimos propiciar un ambiente de acogida, oración y ganas de cambiar de vida. Anticipadamente preparar lo necesario para este encuentro y así facilitar la participación de todos.

- En el lugar del encuentro disponer La Biblia abierta, colocada en el centro sobre un atril; una cruz grande, preparada con tiempo y un recipiente con ceniza que es un signo muy antiguo de conversión.

- Los cantos que aquí se proponen pueden sustituirse por otros que la comunidad conozca.

Monición inicial

Queremos celebrar la imposición de la ceniza como encuentro comunitario para acercarnos a la Palabra de Dios y escucharla, con el fin de descubrir a Jesús Salvador.
Que esta celebración sea una oportunidad para fortalecer nuestra fe, nuestro compromiso de compartir con los hermanos.

Hoy se inicia la «Cuaresma»; cinco semanas de preparación para llegar a celebrar en comunidad la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Es un tiempo para Escuchar a Jesucristo; un  tiempo de conversión, que significa reconocer que por el pecado nos hemos alejado del camino que lleva a Dios y que el egoísmo nos encierra en el individualismo y no nos permite acercarnos a los hermanos.

La Cuaresma se inicia con la imposición de la ceniza. Con este signo que recibimos en la frente queremos significar que nos reconocemos pecadores, que estamos arrepentidos y resueltos a volver al camino que nos lleva al Señor y que en el Misterio de la Cruz encontramos la Redención.

Tratemos de no recibir la ceniza por costumbre y dispongámonos para aceptar a Cristo y celebrar su Resurrección, desde hoy para toda la vida.








Canto de entrada: Hombre de barro

¿Cómo le cantaré al Señor,
cómo le cantaré?
¿Cómo le cantaré al Señor?
¡Hombre de barro soy!

El está en los montes y en el mar.
El llena el silencio de la noche en calma
y camina en la ciudad.

No mira en el hombre su color,
ni mira el dinero: es Padre de todos,
y a todos quiere el Señor.

Saludo del Celebrante:

- En el nombre del Padre (+), del Hijo y del Espíritu Santo..

- R/. Amén.

- Que la misericordia de Dios Padre, por su Hijo Redentor y el don del Espíritu, estén con ustedes.

- R/. Y con tu espíritu.

Celebrante:

Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión que nos acerque a tu Palabra para escucharla y encontrar en ella la fortaleza para reconocernos pecadores y entrar en el camino de la conversión al Evangelio.

Afirma con tu gracia nuestros pasos, aclara con tu luz nuestros senderos, alivia con tu amor nuestro cansancio.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.

Todos: R/. Amén.






Escuchemos a Jesucristo, Palabra que da vida




Primera Lectura

El profeta Joel hace un llamado serio a la conversión, que consiste en «volvernos a Dios de todo corazón», dirigir a Él todo nuestro amor y acoger su voluntad. Ello nos exige dejar el egoísmo y todo lo que nos encadena, para ser hombres y mujeres nuevos.

Lectura del Profeta Joel (Jl 2,12-18)

«Dice el Señor todopoderoso: vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos y con duelo. Desgarren su corazón y no sus vestidos; vuelvan a Yahvé, su Dios, porque Él es clemente y compasivo, lento a la cólera, rico en amor, y se retracta de las amenazas. ¡Quién sabe si volverá y se compadecerá, y dejará a su paso bendición, ofrenda y libación para Yahvé, su Dios! ¡Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, congreguen al pueblo, purifiquen la comunidad, reúnan a los ancianos, congreguen a los pequeños y a los niños de pecho! Que salga el esposo de su alcoba y la esposa de su lecho. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros de Yahvé, y digan: "¡Perdona, Yahvé, a tu pueblo, y no entregues tu heredad a la deshonra y a la burla de las naciones! Que no se diga entre los pueblos: ¿Dónde esté su Dios?" Yahvé sintió añoranza de su tierra y se compadeció de su pueblo».

- Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor.




Salmo responsorial: Sal. 51(50)

Todos dicen: R/. Misericordia, Señor, hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava de todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro
no me quites su Santo Espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame   con   espíritu   generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.


Evangelio:

El Señor Jesús nos pide sinceridad de corazón y recta intención para que nuestras obras sean como Dios quiere y le agraden a Él para provecho nuestro. Escuchemos el Evangelio:

Evangelio de Ntro. Señor Jesucristo según  San Mateo
(Mt. 6,1-6.16-18)

"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendrán recompensa de su Padre que está en los  cielos. Por tanto,  cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante,  como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad les digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Y cuando oren, no sean como tos hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos por los hombres; en verdad les digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad les digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará".

- Palabra del Señor.

R/. Gloria a Tí, Señor Jesús.


Guiones para la Homilía:

- El tiempo de Cuaresma, que nos prepara para la gran celebración de la Pascua, está señalado en la Iglesia como un tiempo para la Conversión, manifestada en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, el cambio de vida y la solidaridad.

- La Cuaresma es tiempo de reconciliación, tiempo de cambio, tiempo de gracia, esperanza, penitencia, estilo de vida que comparte; es también signo de ayuno, signo de vida.

- Este tiempo de Cuaresma está marcado por tres características:

* Es tiempo de oración. Intimidad con Dios que nos escucha, nos ama y nos conoce. Es hacer que la vida sea oración y constante experiencia de Dios.

* Es tiempo de penitencia-conversión. Es el paso de la muerte a la vida, es decir, de pecadores a hijos de Dios, de mediocres a hombres nuevos en Jesucristo.

* Es tiempo de buenas obras. Volverse a Dios es volverse a los hermanos. El cristiano vive el Evangelio mediante las obras y por tanto hace el bien a todos los que están a su alrededor.

- La gran cuarentena comienza «al son de trompetas». Todo el pueblo es convocado, por el profeta Joel al ayuno en la iglesia-Asamblea santa. Al final de la cincuentena pascual (el día de Pentecostés), el mismo profeta Joel anunciará la efusión del Espíritu «sobre toda carne»:

«Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, congreguen al pueblo...» (Joel 2,1.15-16).

«Sucederá en tos últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal...» (Hch 2,17, Citando a Joel 3,1-5).

- La ceniza, desecho de la leña, al recordarnos nuestra realidad humana, frágil y necesitada, nos invita a entrar en el camino de la Cruz, hecho de humildad, desprendimiento interior, justicia y amor a los demás:

«¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?» (Is. 58, 6).

- Nuestro ayuno, en el sentido estricto del término, deberá ser un «ayuno eucarístico», un despojarnos de todo para, al fin, gustar la alegría de la mesa de la reconciliación:

«¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá» (Is. 58,7-8).

- Tenemos la tentación de refugiarnos en ritos externos (cfr. Mt. 6, 1ss). Si no vamos al interior, al corazón, las cenizas adquieren tan fácilmente valor de simple talismán. Nuestra fe nos invita a pasar del signo exterior a la actitud interior; no basta imponernos la ceniza por costumbre; ¡es preciso cambiar de vida! La conversión cuaresmal es un cambio que afecta, no sólo lo externo, sino, sobre todo, la mentalidad y el corazón:

«Desgarren su corazón y no sus vestidos...» (Jl. 2,12).
«Yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os. 6,6).

Preces:

Celebrante: Pidamos humildemente a Jesús, nuestro Salvador y abogado ante el Padre, que perdone nuestros pecados. Después de cada oración diremos:

Todos: R/. Perdónanos y haz que regresemos a la casa de nuestro Padre Dios.

- Jesús, tú que viniste a llamar, no a los justos, sino a los pecadores...

- Jesús, tú que pusiste sobre tus hombros la oveja perdida y la llevaste al redil…

- Jesús, tú que no condenaste a la mujer adúltera, sino que le concediste ir en paz…

- Jesús, tú que dijiste que habría más alegría en el cielo por un pecador que se convirtiera que por noventa y nueve justos que no tuvieran necesidad de conversión…

- Jesús, tú que amorosamente perdonaste al buen ladrón…

- Jesús, tú que nos enseñaste a valorar la vida de familia y a perdonar siempre, como el Padre nos perdona…

- Jesús, tú que nos muestras el verdadero sentido de valoración y cuidado por la vida…

Celebrante: Con la misma confianza que tienen los hijos con su padre, acudamos a nuestro Dios, diciéndole: Padre nuestro…

(En este momento se hace la imposición de la ceniza a todos los presentes, y se concluye con la oración y el canto final, como se presenta)



Celebrante: Conviértete, Cree y Escucha a Jesucristo

R/. Amén.

(Mientras tanto se entonan cantos apropiados. Terminada la imposición de la ceniza se hace la oración final):


Celebrante: Señor, esta celebración haga que nuestros sacrificios sean agradables a tus ojos y obren como remedio saludable de todos nuestros males. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Todos: R/. Amén.

(Si hay Celebración Eucarística, sigue el rito normal a partir de la presentación de ofrendas).

Conclusión


Celebrante:

- El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

Todos: R/. Amén.

- El Señor santifique nuestras privaciones voluntarias como expresión sincera del cambio de corazón que nos pide para llegar a la Pascua.

Todos: R/. Amén.

- Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre (), Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre.

Todos: R/. Amén.

Celebrante: En este tiempo de gracia, salgamos al encuentro de nuestros hermanos, a compartir con ellos nuestro tiempo, nuestras posibilidades, lo que somos y lo que tenemos, acercándonos a ellos y a sus condiciones.
Podemos ir en paz

Todos: R/. Amén.

Cantoral para Cuaresma

Cristo rompe las cadenas

Cristo rompe las cadenas
Cristo rompe las cadenas del pecado.
Cristo rompe las cadenas y nos da su libertad.

¿Cómo es posible yo vivir sin mi Jesús,
si el fundamento de mi vida eres Tú?
¡Tú me libraste del pecado y de la muerte!
¿Cómo es posible yo vivir sin mi Jesús?

Vengamos todos y acerquémonos a El,
|a recibir misericordia y perdón.
Vayamos llenos de esperanza y alegría,
vengamos todos y acerquémonos a El.

Ninguno quede aprisionado por el mal
para acercarse bien confiados a Jesús.
Que ningún miedo paralice nuestros pasos
ni nos impida recibir su absolución

Hoy, perdóname

Hoy, perdóname, hoy por siempre.
Sin mirar la mentira,
lo vacío de nuestras vidas,
nuestra falta de amor y caridad.
Vuelvo a Ti, vuelvo a Ti.

Hoy, perdóname, hoy por siempre,
aún sabiendo que he caído,
que de Ti siempre había huido,
hoy regreso arrepentido.
Vuelvo a Ti, vuelvo a Ti.

Hombres nuevos

Danos un corazón grande para amar,
danos un corazón tuerte para luchar.

Hombres nuevos, creadores de la historia,
constructores de nueva humanidad;
hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.

Hombres nuevos luchando en esperanza,
caminantes sedientos de verdad.
Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,
hombres libres que exigen libertad.

Hombres nuevos, amando sin fronteras,
por encima de razas y lugar.
Hombres nuevos, al lado de los pobres,
compartiendo con ellos techo y pan.

Cristo está conmigo

Cristo está conmigo, junto a mí va el Señor;
Me acompaña siempre en mi vida, hasta el fin.

Ya no temo, Señor, la tristeza;
ya no temo, Señor, la soledad,
porque eres, Señor, mi alegría,
tengo siempre tu amistad.

Ya no temo,. Señor, a la noche,
ya no temo, Señor, la oscuridad;
porque brilla tu luz en las sombras;
ya no hay noche, Tú eres luz.

Ya no temo, Señor, a la muerte,
Ya no temo, Señor, la eternidad;
Porque Tú estás allá esperando
Que yo llegue hasta Ti.

Un Pueblo que camina

Un pueblo que camina por el mundo
gritando: Ven, Señor.
Un pueblo que busca en esta vida
la gran liberación.

Los pobres siempre esperan el amanecer
de un día más justo y sin opresión.
Los pobres hemos puesto la esperanza
en Ti, Libertador.

Salvaste nuestra vida de la esclavitud,
esclavos de la ley, sirviendo en el temor.
Nosotros hemos puesto la esperanza
en Ti, Libertador.

El mundo por la guerra sangra sin razón.
Familias destrozadas buscan un hogar.
El mundo tiene puesta su esperanza
en Ti, Libertador.
































 Vaticano, 15 de octubre de 2012

Creer en la caridad suscita caridad «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)

Queridos hermanos y hermanas:​

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios​

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo.
El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe​

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad​

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.​

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).​

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.​

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad​

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).​

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).​

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a lacaridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.​

Vaticano, 15 de octubre de 2012



martes, 5 de febrero de 2013

Reflexión, Domingo 10 De Febrero 2.013


Reflexión Domingo Febrero 10 De 2.013

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

La liturgia de este domingo presenta dos relatos de vocación y de envío misionero: En la primera lectura narra el profeta Isaías su propia vocación durante la celebración del culto en el Templo: Dios, el tres veces SANTO, es también CERCANO y habla con el profeta. Dios purifica sus labios y el escogido se ofrece libremente: “envíame”. 

En el Evangelio está el segundo relato de vocación: Pedro se reconoce pecador, Jesús disipa su miedo y a la vez envía a sus discípulos al igual que Dios había enviado a sus mensajeros. Ser PESCADOR DE HOMBRES es una actividad divina, el apóstol es sólo un instrumento en manos de Dios. 

Pablo dirá en la segunda lectura que su actividad misionera se debe a la gracia de Dios. La enseñanza de este domingo es pues muy profunda: El servicio apostólico de todos los creyentes, es decir, el envío misionero no se funda en las capacidades humanas sino sólo SOBRE LA PALABRA DEL SEÑOR. Pedro ha reconocido la santidad del Señor  y luego experimentará amargamente su negación, pero Jesús, el que lo ha elegido, así como es rezará por Pedro (Lucas 22,31-32) y además lo mirará con benevolencia (Lucas 22, 61-62). 

De esa manera Pedro comprenderá que no debe apoyarse en sí mismo sino en el Señor. Cuando nos apoyamos en “nuestras fuerzas”, cuando queremos usar “nuestros méritos” fracasamos. Sólo la Palabra de Cristo tiene la fuerza para hacer fecunda nuestra labor apostólica.





SÍMBOLOS: Redes. O huellas en un camino.

NOTA: 

El próximo miércoles comienza LA CUARESMA, con el

MIÉRCOLES DE CENIZA. Tiempo fuerte. Tiempo de 

CONVERSIÓN.