Final De Los Tiempos

sábado, 9 de marzo de 2013

Homilía: Domingo, Marzo 10 de 2013


Domingo, Marzo 10 de 2013

“Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti”
(Lc 15, 1-3, 11-32)

Por: José Martínez De Toda, S.J.



Moderador: Buenos días. Estamos aquí en el Estudio…

El Evangelio del domingo de hoy presenta el drama de una familia rota y dividida, pero alguien se esfuerza por unirla. ¿Quién será? Escuchémoslo.

Lectura del santo evangelio
según San Lucas
(Lc 15, 1-3, 11-32)

NARRADOR– En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:

FARISEOS – Ese acoge a los pecadores y come con ellos.

NARRADOR – Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre:

HIJO PRÓDIGO – Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.

NARRADOR – El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos.

Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo:

HIJO PRÓDIGO – ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:

"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".

NARRADOR – Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

HIJO PRÓDIGO – Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.

NARRADOR – Pero el padre, dijo a sus criados:

PADRE – Saquen en seguida el mejor traje, y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.

NARRADOR – Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:

CRIADO – Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.

NARRADOR – Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:

HIJO MAYOR – Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

NARRADOR – El padre le dijo:

PADRE – Mi pequeño, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo:

deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.


Pregunta 1

La parábola del Hijo Pródigo es muy bonita, pero desconcertante: el padre perdona, pero ese perdón crea malestar. El hijo mayor reclama: "Eso no es justo. Ese hijo no debería haber sido readmitido en casa." ¿Qué tipo de familia era?

Se trata de una familia constituida por un padre buenísimo y sus dos hijos egoístas.

Al hijo menor se le ocurrió reclamar su parte de la herencia. Y su padre se la da, aunque típicamente, los hijos reciben él total de su herencia después de la muerte del padre.

El padre podía repartir parte o toda su herencia antes de su muerte. Pero en ese caso, la iniciativa era del padre, no del hijo. Y si un hijo recibía su herencia antes de la muerte del padre, el hijo se quedaba en casa para atenderlo en su ancianidad.

Tampoco podía vender la tierra de los antepasados. Sin embargo, este hijo menor recibe su herencia y la vende toda unos días después para tenerlo todo en efectivo e irse.


Pregunta 2

¿Cuánto le tocaba al hijo menor?

Si hay dos hijos, la propiedad se divide en tres partes: dos van al hijo mayor, y la tercera va al hijo menor (Deuteronomio 21:17).

Ya fuera de casa, el hijo menor fue pródigo, es decir, derrochador, como un nuevo rico. Y cuando gastó todo, el hambre le obligó hasta cuidar cerdos (animales impuros para los judíos) y a querer comer lo que a ellos les daban.

Pregunta 3

¿Qué solución se le ocurre para salir del hambre?

Él se acuerda de su casa: "Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen de sobra para comer y yo aquí me muero de hambre. Me levantaré y volveré".

Lo único que le preocupa es cómo satisfacer su hambre.

Prepara un discurso calculado: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".

No pretende ser criado o esclavo, que le obligaría a vivir más cerca de su padre. Además el jornalero tiene más libertad para ser contratado por otros amos.

Un día su padre lo vio de lejos, y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y le dio un largo beso. Su hijo comenzó su discurso. Pero el padre lo interrumpió, diciendo a sus criados:

-       “Saquen en seguida el mejor traje, y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Y así recibió a su hijo, sin pedir cuentas ni poner condiciones, sin una recriminación ni un reproche, invitando a jornaleros y vecinos, pues un becerro da para muchos invitados.

(El verdadero perdón conduce siempre a la alegría).



Pregunta 4

¿Cómo era el hijo mayor?

Trabaja con su padre, pero le reclama:

      “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

Es decir, no se considera como hijo, sino como un trabajador mal pagado. No le llama “padre”. Vive en casa del padre, pero está lejos de él en su corazón.

Echa de menos a sus amigos, pero no a su hermano, a quien llama tu hijo.

Su padre le contesta con mucha ternura:

-       “Mi pequeño, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas; deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”.



Pregunta 5

¿Qué pretende Jesús con esta parábola?

Va dirigida a los fariseos, que se consideraban personas de bien, y criticaban a Jesús por andar demasiado entre pecadores. Jesús les recuerda que todos somos pecadores, que Él ha venido precisamente a salvar a los pecadores, que todos necesitamos arrepentirnos y volver a la casa del Padre.

Además no basta con obedecer, servir y guardar los mandamientos. Hace falta amar al padre y al hermano, sobre todo si éste se halla en problemas; y no vivir con amargura, orgullo, egoísmo, resentimiento, celos y envidia.

Pregunta 6

¿A quién representa el padre?

El padre personifica el amor de Dios, perdonador y generoso, con una misericordia incondicional, abierta, ilimitada. El amor de Dios es infinito, gratuito, no pide explicaciones, siempre nos recibe alegre con los brazos abiertos… corre, nos abraza y nos cubre de besos.

Si te regalan un billete de dinero todo sucio y raído, tú, seguro que lo aceptarás inmediatamente.

Así hace Dios con nosotros. Nos acepta como seamos. No hace diferencia. Él nos recibe, como si fuéramos un billete de dinero todo nuevo y estirado.

Nuestra mayor alegría es saber que somos HIJOS de Dios, y que Él nos ama.

Éste es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado. El centro de la parábola no son los hijos sino el padre, que quiere restaurar a la familia que se ha roto.

Dios vive tu drama de padre y madre, que a las seis de la mañana del domingo, ves que tu hijo o hija no ha vuelto a casa. Miras por la ventana, estás atento a la puerta y no puedes dormir. Y cuando llega, ¡qué descanso y qué paz! Así es Dios.

Un catequista contó a sus alumnos esta parábola. Y al final preguntó: “En esta parábola todos sufren. Pero, ¿quién sufre el que más?” Un niño levantó rápido la mano y contestó: “El becerro”. Así es, y después el hijo mayor, que se quedó fuera durante la fiesta. Ni siquiera saboreó el becerro, que había ayudado a engordar. Sólo por envidia y rabia.

Despedida

Les invitamos a la Eucaristía, sacramento del amor. Ahí nos espera papá Dios con los brazos abiertos y nos ofrece una fiesta alegre con los demás de la familia de Dios, especialmente con los más necesitados.

martes, 5 de marzo de 2013

Evangelio Domingo 10 De Marzo 2013



LECTURA DEL EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS
Lc 15, 1-3. 11-32

«Padre, he pecado
contra el cielo  y contra ti»

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha mi- seria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.

Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y  ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”.

PREPARACIÓN:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía, Señor, tu Espíritu y todo será creado.
R/. Y renovarás la faz de la tierra.
Oh Dios que iluminas los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo: concédenos sentir rectamente, según el mismo Espíritu, para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.

Por Jesucristo Nuestro Señor. R/. Amén.



LA PALABRA DE DIOS

Esta parábola, tan conocida, quiere movernos al arrepentimiento poniéndolo en su sitio, es decir, en relación a Dios.

El pecado no es solamente hacer cosas malas o faltar a una ley. A las ideas judías de justicia y pecado, obediencia o desobediencia a las órdenes del Padre, muy presentes en el hijo mayor de la parábola –«te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya»–, Jesús opone otro modo de ver las relaciones del hombre con Dios: la rectitud consiste en comportarse como hijo y el pecado en dejar de proceder como tal; por esto, el hijo menor se aleja del Padre y de su casa.  Esto equivale a morir y el retorno a vivir –«estaba muerto y ha revivido»–.

El pecado es despreciar el amor infinito del Padre, marcharse de su casa, vivir por cuenta propia. Es, en definitiva, no vivir como hijo del Padre y, por tanto mal-vivir. De ahí que el muchacho de la parábola que se marcha alegremente, pensando ser libre y feliz, acabe pasando necesidad y muriendo de hambre. Ha perdido su dignidad de hijo y experimenta un profundo vacío.

Lo mismo el arrepentimiento. El perdón de Dios no alcanza al hombre, mientras éste no se vuelva a Él, mientras no se arrepienta, porque Dios respeta la libertad de la criatura. Pero sólo es posible convertirse de verdad cuando uno se siente desconcertado por el amor de Dios Padre, al que se ha despreciado: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti». Precisamente «contra ti»: la conciencia de haber rechazado tanto amor y a pesar de todo seguir sabiéndonos amados por aquél a quien hemos ofendido es lo único que puede movernos a contrición. Y junto a ello, la experiencia del envilecimiento al que nos ha conducido nuestro pecado, la situación calamitosa en que nos ha dejado.

Igualmente, el perdón es fruto del amor del Padre, que se conmueve y sale al encuentro de su hijo, que se alegra de su vuelta y le abraza, que hace fiesta. La misericordia y la alegría de Dios Padre son los dos rasgos más destacados por S. Lucas. Este perdón devuelve al hijo la dignidad perdida. El pródigo recupera los privilegios del hijo: «el mejor traje» (más exactamente «el primer traje»); el anillo y las sandalias, propios de los hombres libres; y se le festeja con el ternero cebado, reservado para las grandes ocasiones. El Padre lo recibe con alegría de nuevo en la casa, en la intimidad del hogar. El suyo es un amor potente y eficaz que realiza una auténtica resurrección: «Este hijo mío estaba muerto y ha revivido».



LA FE DE LA IGLESIA

La realidad del pecado (386 – 387; 1856 – 1864; 1870 – 1876)

El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. La realidad del pecado sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.

Cometer un pecado mortal es elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre. El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la autoexclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno. Nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin re- torno.

domingo, 3 de marzo de 2013

Homilía Dominical Marzo 3 de 2013


Homilía Dominical
Marzo 03 de 2013

Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

¿Qué frutos espera Dios
de nosotros?


El acontecimiento central que vive la Iglesia Católica es la renuncia de Benedicto XVI, la declaratoria de Sede Vacante y los preparativos para el Cónclave que elegirá al nuevo Sucesor del apóstol Pedro:
  1.  El Papa nos ha dado una impactante lección de humildad, desapego al poder y pragmatismo; lecciones profundas de las cuales deberíamos tomar atenta nota.
  2.  Escándalos, ambiciones. Recordemos que la Iglesia es, al mismo tiempo, pecadora y santa, humana y divina. En cuanto está formada por seres humanos, no es ajena a los bajos instintos y miserias que anidan en nuestros corazones; en cuanto ha sido fundada por Cristo, cuenta con el acompañamiento del Espíritu Santo, y la eficacia de la proclamación de la Palaba de Dios y la comunicación de la gracia están por encima de los juegos de poder.
  3.  Debemos orar para que sea escogido el mejor candidato, de manera que pueda guiar a la Iglesia a través de las turbulentas aguas de la cultura contemporánea.





Vayamos ahora al texto del evangelista Lucas que acabamos de escuchar, la parábola de la higuera. Recordemos que el lenguaje que utiliza Jesús refleja su entorno cultural, que era el de una sociedad cuya economía giraba en torno de las actividades del campo. Esta imagen de la higuera y de la cosecha que el agricultor espera recoger, nos invita a reflexionar sobre los frutos que la sociedad y Dios esperan de cada uno de nosotros.

Muchas veces no somos conscientes de los beneficios recibidos, y nos parece lo más natural ser lo que somos y tener lo que tenemos. La persona que no es capaz de reconocer los dones recibidos, no agradece; y tampoco manifiesta sentido de la responsabilidad sobre el uso que debe hacer de ese capital de cualidades y oportunidades que se le ha confiado. A este propósito, las dos primeras lecturas de la liturgia de este domingo se refieren a los dones que hemos recibido de Dios:

  1. En la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, Yahvé se manifiesta a Moisés y le dice que ha escuchado las oraciones y súplicas del pueblo, y que ha decidido liberarlo de la esclavitud. Esta experiencia de liberación será la columna vertebral de la vida religiosa y social del pueblo de Israel. 

  2. En su primera Carta a los Corintios, Pablo recuerda a esta comunidad la experiencia de liberación que vivieron sus antepasados, y los motiva para que no se aparten del camino del Señor.


Teniendo como punto de referencia estos dos textos bíblicos, ¿qué nos dice esta parábola de la higuera y de los frutos esperados? Empecemos por reconocer que todo lo que somos y tenemos es don de Dios. Muchas veces el éxito social y los buenos resultados económicos nos enceguecen y creemos que nos merecemos la buena fortuna. Sin embargo, las aparentes seguridades materiales se derrumban fácilmente con un accidente de tráfico o con el diagnóstico de una enfermedad grave o con un negocio que termina mal. ¡Nada nos pertenece! ¡Todo lo tenemos prestado! ¡De todo hemos de rendir cuentas!

¿Qué espera Dios de nosotros? ¿Cuáles son los frutos que espera que demos?

  1.      Si tomamos conciencia de que nada nos pertenece por méritos propios sino que es regalo de Dios, siempre tendremos a flor de labio una plegaria de acción de gracias por el don de la vida, por la familia que tenemos, por los amigos que nos rodean; cada uno de nosotros tiene muy claro el inventario de realidades hermosas que nos han acompañado en todos estos años.
  2.      Esta toma de conciencia de la vida como un regalo de Dios, generará en cada uno de nosotros una dinámica de búsqueda continua de la voluntad de Dios. Por eso es importante que no caigamos en la trampa de la rutina, creyendo que todo lo hacemos bien. Por el contrario, cada día debemos preguntarnos ¿cómo puedo mejorar la comunicación en mi familia?, ¿cómo puedo ser cada día mejor sacerdote?, como profesional, ¿cómo puedo ofrecer un mejor servicio a mis clientes?, ¿qué iniciativas puedo apoyar para mejorar la calidad de vida en el condominio o en el barrio o en mi ciudad?, ¿cómo puedo asumir con mayor coherencia los compromisos de mi fe en Jesucristo?


Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Oremos por las deliberaciones del próximo Cónclave, de manera que los Cardenales escojan al candidato más idóneo como guía de la Iglesia universal. Que la imagen de esta higuera que no produce los frutos esperados y que, por tanto, va a ser cortada, sacuda nuestra mediocridad y cambiemos nuestro comportamiento.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS

En cierta ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre derramó Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Piensan ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera. Y les dijo esta parábola: Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas" (Lucas 13, 1-9).