Final De Los Tiempos

viernes, 5 de abril de 2013


Homilía Dominical
7 De Abril De 2013

Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

Abramos nuestro corazón al Resucitado

Los textos litúrgicos del tiempo de Pascua nos relatan diversos encuentros de los discípulos con el Señor resucitado. A través de estos diálogos, los discípulos comprenden el plan de salvación y el sentido de sus palabras y acciones, su propuesta del Reino, el sacrificio en la cruz y su presencia en medio de la comunidad hasta el fin de los tiempos.


Los autores del Nuevo Testamento dejan constancia de algunos de estos encuentros de los discípulos con el Resucitado; pero, como lo afirma el evangelista Juan, “otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron estas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”.

Hay una diferencia fundamental entre la resurrección de Jesucristo y los milagros que Él hizo con Lázaro o con el hijo de la viuda de Naín; las palabras de Jesús devolvieron la vida a estos personajes, quienes se reintegraron a sus grupos familiares.

La resurrección de Jesús es absolutamente diferente, ya que no regresa a este mundo, sino que pasa a una vida diferente. Su cuerpo es glorificado y es constituido Señor del universo.

Como nuestra razón y nuestro lenguaje están condicionados por el espacio y el tiempo, esta realidad nueva del Resucitado escapa a nuestras categorías humanas.

Como ha sido tan brutal la experiencia de la pasión y muerte del Señor, los discípulos tienen dificultad para aceptar el hecho de la resurrección; han quedado tan aturdidos por este cataclismo de violencia que su escepticismo es comprensible; no dan crédito a lo que describen las mujeres y Tomás descalifica lo que le cuentan sus compañeros.

• El texto evangélico de éste domingo nos narra dos experiencias del resucitado vividas por los discípulos, una sin el apóstol Tomás y otra cuando éste se incorporó al grupo. Estas dos apariciones están separadas por una semana:
-  En las dos escenas se dice que las puertas de la casa estaban cerradas. Era la reacción natural de unas personas que habían perdido a su líder y maestro, y que estaban atemorizadas porque no sabían qué les esperaba.

Ahora bien, más allá de esta reacción, hay un mensaje teológico significativo: es Jesús que sale al encuentro de sus discípulos, quienes estaban bloqueados por el miedo; el Señor es quien toma la iniciativa; así ha sido a lo largo de toda la historia de la salvación; el Señor es quien invita; la fe es un don de Dios; depende de nuestra libertad decir SÍ o decir NO.

En estas celebraciones pascuales, pidámosle al Señor la gracia de abrirnos a su invitación, superando nuestros temores e inseguridades.
-  En las dos apariciones – sin el apóstol Tomás y con él -, el Señor les dice: “La paz esté con ustedes”.

No interpretemos estas palabras como un saludo de cortesía para tranquilizar a los discípulos en medio de la zozobra que los agitaba; la paz que les anuncia el Resucitado es su regalo; es el anuncio de que seguirá con ellos hasta el fin de los tiempos; la paz que comunica Jesús se fundamenta en la certeza de la resurrección, que llena de luz y coherencia lo que hasta entonces parecía una pesadilla.

• Es muy interesante el diálogo del Resucitado con Tomás, el escéptico: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae aquí tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando”.

En nuestra época, hay muchos factores que favorecen el escepticismo y que nos impiden descubrir a Dios en medio de los acontecimientos; uno de los principales es el escándalo del mal en todas sus manifestaciones (el sufrimiento de los inocentes, las guerras, las injusticias).

El dolor en el mundo endurece nuestros corazones y nos impide ver al Señor Resucitado, que entregó su vida para que nosotros la tengamos en abundancia. En medio de las contradicciones del mundo, Jesús resucitado es luz en medio de la oscuridad y palabra que sana nuestras heridas.

Pidamos al Señor que en esta Pascua descubramos su presencia viva y operante en la Palabra, en los sacramentos de la Iglesia y en nuestros hermanos; que podamos proclamar con Tomás: “Señor mío y Dios mío”.