Final De Los Tiempos

viernes, 20 de abril de 2012

Homilía Dominical 22 abril 2012


Por José Martínez de Toda, S.J.

Especialmente para Radio
Miren mis manos y mis pies; soy yo en persona
(Lc 24, 35-48)

Moderador: Buenos días. Estamos aquí en el Estudio… (Se presentan los participantes).
El Evangelio del domingo de hoy hace referencia a dos Apariciones importantes de Jesús, precisamente en el primer día de su Resurrección, el domingo de Resurrección:
1.  La primera es la Aparición a los dos discípulos decepcionados, que iban de Jerusalén a su pueblo Emaús, pensando que ya todo había terminado.
2.   La segunda Aparición es a los discípulos en el Cenáculo, donde se sentó a comer con ellos para demostrarles que no era un fantasma. Escuchémoslo.

Lectura del santo evangelio
según San Lucas
(Lc 24, 35-48)

NARRADOR – Entonces ellos contaron las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo se había dado a conocer a ellos al partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:
JESÚS – Paz a Ustedes.
NARRADOR – Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
JESÚS –-¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tóquenme y dénse cuenta que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo.
NARRADOR – Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
JESÚS – ¿Tienen algo que comer?
NARRADOR – Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
JESÚS –Esto es lo que les decía mientras estaba con Ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
NARRADOR – Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.
_________

Pregunta 1 – ¿Qué hacen los discípulos de Emaús después de ver a Jesús resucitado?
La alegría les desborda, y no piensan sino en comunicar la Gran Noticia a los demás discípulos de Jerusalén: “Hemos visto a Jesús resucitado”. Y se volvieron ya de noche a Jerusalén por el mismo camino, pero esta vez a toda prisa, corriendo para contársela.
<Un catequista preguntó un día a un grupo de jóvenes que se preparaban para la Confirmación: “¿Cuál es la parte más importante de la misa?”
La mayoría respondió:
- ”La consagración”. Pero uno contestó:
- “La parte más importante es el rito de despedida”.
El catequista sorprendido le preguntó:
- “¿Por qué dices eso?” Y éste le respondió:
-“La misa sirve para alimentarnos con la palabra, el cuerpo y la sangre del Señor. Pero la Misa comienza cuando termina. Salimos a la calle para hacer y decir lo que dijeron los discípulos de EMAUS: “Hemos reconocido al Señor al partir el pan, y está vivo, y vive para siempre y para nosotros”.> (Félix Jiménez, escolapio).

Pregunta 2 – ¿Cuándo dijeron los de Emaús esa frase?
Había mucho alboroto entre los discípulos de Jesús reunidos en Jerusalén. Pedro les está contando cómo se le ha aparecido Jesús. En ese momento llegan los dos de Emaús, y cuentan cómo lo han reconocido al cenar con él. La mayoría no ha tenido todavía ningún contacto con Jesús. No sabe qué pensar.
Entonces Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a Ustedes”.
Come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».

Pregunta 3 – ¿Les convence Jesús de que Él resucitó?
La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma».
Es verdad que algunos hombres y mujeres vieron el sepulcro vacío, hablaron con los ángeles y decían que habían hablado con el mismo Jesús resucitado. Inclusive los mismos soldados, que custodiaban el sepulcro, informaron a sus autoridades que el sepulcro estaba vacío. Pero los discípulos siguen dudando.

Pregunta 4 – ¿Es fácil creer en Jesús resucitado?
No es fácil… Es algo que sólo puede ser captado y comprendido desde la fe, que el mismo Jesús despierta en nosotros.
La resurrección es un hecho sobrenatural basado en nuestra fe.
La fe en Cristo se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?
<Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas… Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección…
Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.> (Pagola)
La resurrección es creíble también a causa de las vidas cambiadas de estos discípulos, convertidos en testigos. Antes de su aparición, estaban vencidos y temerosos. Después de su aparición, y especialmente después de Pentecostés, encontraron valor para predicar en público en cualquier esquina de Jerusalén durante Pentecostés, y 5.000 se convirtieron en el primer sermón de Pedro (Hechos 2). Y los Apóstoles siguieron adelante hasta dar su vida para cambiar el mundo, conscientes de la presencia de Jesús resucitado, que está junto a nosotros.

Pregunta 5 – ¿Cuál es la Buena Noticia de esta 1ª Aparición de Jesús?
1.Que Jesús resucitó y se ha aparecido a varios discípulos y colectivamente al grupo.
2.Que Jesús trae paz, fe, seguridad, y no les reclama a los discípulos por su falta de fe. Jesús consuela, se preocupa de ellos, se adapta a ellos para convencerles.
3.Que Jesús busca la oveja perdida, representada en aquellos discípulos descreídos.
4. Que Jesús les razona por qué Él murió y resucitó:
“Esto es lo que les decía mientras estaba con Ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse... Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día”
5. Que Jesús les recuerda su misión: “En su nombre (de Jesús) se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.

Pregunta 6 – ¿Cómo hacer presente hoy al Señor resucitado?
- A través del encuentro personal con Jesús. Él está “con nosotros” y “en nosotros” por medio del Espíritu.
- Desarrollar nuestros sentidos (ver, oír, tocar, etc.) para saborear la presencia del Señor crucificado y resucitado en nosotros mismos, en la gente buena que nos rodea y en cualquier signo de esperanza y amor que nos sale al camino.
-Presentar en la oración al Señor todos los problemas de nuestra vida, y preguntarle: “¿Qué piensas de esto? ¿Cómo actuarías tú aquí?”
-Salpicar nuestra conversación con frases como: ‘Gracias a Dios’, ‘Gracias a Dios y a la Virgen’, ‘Providencialmente’.
- Conservar la tradición de pedir la bendición, de decir al despedirse en la noche: “Hasta mañana”, respondiendo: “Si Dios quiere”. Y decir al encontrarse en la mañana: “Buenos días”, respondiendo: “Buenos días nos dé Dios”.
- Poner a los hijos nombres de santos/as, y contarles su vida.
- Antes de las comidas al menos hacer la señal de la cruz. Pero también hacer que el más pequeño de la casa rece algún verso fácil. Por ejemplo: “El Niño Jesús nació en Belén; bendiga la mesa y a nosotros también”. Familia que reza unida, se mantiene unida.
- Tener cuadros o símbolos religiosos en la casa, en la habitación, al cuello.
- Y, sobre todo, amarlo y servirlo cada día, con sencillez y esperanza, en nuestros hermanos más sencillos, más pobres, más necesitados. Sabiendo que en ellos es a Él a quien estamos amando y sirviendo. Tratar a todos con respeto y alegría.

Despedida

"Invitamos a la Eucaristía, sacramento del amor".

Allí estaremos con Jesús resucitado en el pan y el vino, convertidos en su cuerpo y su sangre. También está allí en la unión de los hermanos: “Siempre que haya dos o tres personas reunidas en mi nombre, allí estaré yo también”.

jueves, 19 de abril de 2012

EL SACERDOCIO, LA "PROFESIÓN" MÁS FELIZ



EL SACERDOCIO, LA «PROFESIÓN» MÁS FELIZ
A finales del pasado mes de noviembre, la prestigiosa revista norteamericanaForbes, especializada en el mundo de los negocios y las finanzas y conocida habitualmente por la publicación anual de la lista de las personas más ricas del mundo, publicaba una lista de las diez profesiones más gratificantes, a juzgar por el grado de felicidad de quienes las ejercían. Los sacerdotes católicos y los pastores protestantes –los clérigos– lideraban el ranking.
¿Es el sacerdocio la profesión más feliz del mundo? Según el parecer de la revista Forbes, sí. La razón esgrimida en el artículo para justificar la felicidad inherente al ejercicio del sacerdocio consiste en que este otorga a la vida un sentido que hace de la propia existencia algo digno de ser vivido. Según el estudio, ni la remuneración económica ni el status social que se deriva del ejercicio de una profesión inciden en la felicidad que reporta.

La afirmación de que los sacerdotes eran las personas más satisfechas y realizadas en el ejercicio de su profesión causó sorpresa tanto entre creyentes como en no creyentes. La imagen que habitualmente se tiene del sacerdocio apunta más bien en dirección contraria.
Los sacerdotes son presentados con frecuencia como hombres algo amargados, apartados del mundo y escasamente comprometidos con los problemas reales de la sociedad. Por eso, afirmar que el sacerdocio es la profesión más “feliz” causa cierta perplejidad e invita a formular una cuestión: ¿qué es lo que hace del sacerdocio la profesión más feliz del mundo? Responder a esta cuestión no es fácil. Hoy quizá más que nunca somos conscientes de que los obstáculos y las dificultades del camino sacerdotal no son escasos, y que las sombras acompañan siempre los momentos luminosos.
El sacerdote experimenta el gozo de la entrega y el servicio desinteresado, pero también padece, como tanta gente en nuestro mundo tecnificado, la soledad. Acompaña a las personas, es instrumento de la misericordia de Dios, pero muchas veces se siente indigno y pecador. Preside la Eucaristía, predica la Palabra, anima y guía a la comunidad cristiana, pero son pocos los que le escuchan o parecen interesados en el mensaje del que es portador. Si las sombras en el ejercicio del sacerdocio son tan evidentes como las luces, el interrogante que planteábamos no se despeja describiendo las tareas del sacerdote.
Esta última constatación nos induce a pensar que la pregunta por los motivos que hacen del sacerdocio la “profesión” más feliz quizá no esté bien planteada. ¿Es el sacerdocio una profesión? Es verdad que podemos identificar algunas tareas que son propias del sacerdocio, y que el sacerdocio está considerado socialmente como un “trabajo cualificado”, pero si se le pregunta a cualquier sacerdote por la índole de su sacerdocio, ninguno dirá que se trata de una profesión. Dirá más bien que se trata de una vocación.

¿Profesión o vocación?
El estudio de Forbes se hace eco de una equívoca identificación entre profesión y vocación, ampliamente difundida en nuestra cultura, y que da lugar a no pocos malentendidos. Aunque es cierto que algunas profesiones tienen un componente vocacional elevado (en general las profesiones arquetípicas, como el médico, el psicólogo o el maestro), no es menos cierto que un gran número de profesiones carecen de este carácter.
En la siguiente tabla aparecen algunos indicadores que establecen algunas diferencias entre una profesión y la vocación, en este caso la sacerdotal.

Profesión
Se refiere a una actividad externa. Se determina en función de los gustos, las cualidades y las posibilidades. Se pone en funcionamiento la dimensión creativa-generativa. Remunerado. Puede cambiar. Pide disciplina y dedicación

Vocación
Tiene que ver con el interior de la persona. Exige una determinación espiritual. Se ponen en funcionamiento todas las dimensiones de la vida: afectiva, de la existencia racional, creativa, etc. Gratuito. Permanece. Exige exclusividad, entrega absoluta, nace de una pasión.

Las diferencias enumeradas no han de ser consideradas dialécticamente, como opuestos excluyentes, sino como matices distintivos. El que la vocación sacerdotal requiera de una determinación espiritual, es decir, de una elección libre del individuo que responde ante Dios, no significa que los propios gustos se marginen o que las propias cualidades permanezcan sin explotar. Hay sacerdotes que son excelentes músicos, escritores o profesores. Lo que significa es que estos, contra lo que muchas personas opinan, no constituyen el elemento fundamental de la vocación sacerdotal.
Si observamos con detenimiento las notas mencionadas, enseguida nos percatamos de que mientras los indicadores de la profesión tienen que ver sobre todo con el hacer, los de la vocación apuntan más bien al ser. La vocación, en efecto, afecta a nuestra identidad profunda, dice quiénes somos en realidad, más allá de toda apariencia. De este modo, podemos decir que el sacerdocio es una profesión en la medida que el sacerdote “hace” cosas, desempeña diversas funciones, pero con eso no está dicho todo. Lo que verdaderamente define al sacerdocio es su carácter vocacional; es decir, el hecho de que se trata de un proyecto de vida que exige una determinación espiritual (una respuesta a una llamada), que afecta a todas las dimensiones de la vida (corpórea, afectiva, intelectual, etc.), que pide exclusividad, entrega y fidelidad absolutas, y que es animado por una pasión: la pasión por el Evangelio.
El lema escogido para la campaña del Día del Seminario en este año reza precisamente así: “Pasión por el Evangelio”. Esta expresión alude a la energía interior, al movimiento del corazón, que nutre toda vocación sacerdotal tanto en su origen como en su crecimiento. La vocación al sacerdocio está animada por esta pasión, un arrebato que desinstala a quien posee de sus coordenadas habituales y le ofrece un espacio diverso en el que integrarse.

El sacerdocio, una cuestión de pasión…
La pasión es un movimiento del alma, una exaltación de nuestro ser, que surge espontáneamente, sin que medie determinación alguna por parte de quien es presa de ella. Es un elemento fundamental de la experiencia del amor, aunque esta no se agota en la pasión. La pasión embruja, hechiza, desinstala de la realidad habitual para hacer entrar a quien posee en una dimensión distinta, en otro orden de realidad. Es la condición indispensable del enamoramiento.
Con frecuencia se piensa que la pasión es instintiva e irracional, que irrumpe intempestivamente, arrasando toda consideración racional o moral. «La pasión es ciega», dice el dicho popular. El genial escritor Stendhal, en cambio, afirma: «la pasión no es ciega, sino visionaria». Frente a la creencia popular, la pasión no es arbitraria y voluptuosa, sino que recrea la realidad, imagina un nuevo orden, un mundo diverso, precisamente para hacer más habitable el mundo real. En este sentido, se puede decir que la pasión no es “razonable”, ya que cuestiona la prudencia de la razón, el realismo de la sensatez que no pocas veces enmascara un larvado pesimismo.
La pasión, señalábamos antes, es un ingrediente fundamental del enamoramiento y, consecuentemente, de la experiencia del amor. La pasión, por tanto, es provocada siempre por una persona que suscita en nosotros un deseo de proximidad y unión. Las cosas o las ideas no poseen esta capacidad. Cuando en el lenguaje cotidiano se utilizan expresiones como «me apasiona el fútbol» o «siento pasión por los toros», el término pasión es usado en un sentido analógico, porque solo una persona es capaz de suscitar pasión.

… por el Evangelio
Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables, sino fundamentalmente una persona, Cristo, el Hijo de Dios, que nos ha invitado a la conversión y a creer en el Evangelio (Mc 3,14), o sea, en Él mismo, portador y realizador de la salvación. Él ha llevado a cabo la salvación por los caminos de Galilea, curando a los enfermos, expulsando a los demonios, acogiendo a los pecadores y excluidos, predicando la buena noticia de la misericordia de Dios. Él ha constituido la Iglesia para perpetuar el anuncio del Evangelio, y le ha dejado el Espíritu para que suscite la pasión por el Evangelio en todos los creyentes, para que sean testigos de Cristo, Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y resucitó (1 Cor 15, 1ss). El anuncio del Evangelio es, en efecto, una empresa tan urgente y personal que, sin duda, requiere grandes dosis de pasión.
Una pasión así solo puede nacer del corazón de Dios, quien se ha apasionado primero por el hombre. El mismo Dios, que siente predilección por sus criaturas, es quien toca el corazón en la intimidad de cada hombre, quien suscita la pasión por el Evangelio en cada ser humano, especialmente en aquellos a quienes llama a ser testigos en la Iglesia de la incesante fecundidad del Evangelio: los sacerdotes.
Los profetas utilizan el lenguaje de la pasión para dar cuenta de esta especial relación que se constituye entre Dios y aquellos a quienes elige de entre su pueblo para una misión especial a la que no pueden sustraerse: «Yo me decía: “No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre”; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía» (Jr 20,9). La pasión, avivada por el Espíritu, empuja a la proclamación del Evangelio, hace de este anuncio una tarea insoslayable, urgente, necesaria para quien lo proclama, pues su vida se haya estrechamente vinculada al mensaje anunciado.
Tener pasión por el Evangelio solo es posible si se contempla a Cristo como origen y raíz del Evangelio. De los episodios de la vida de Jesús, de sus palabras incisivas y de sus gestos de misericordia brota un estilo de vida evangélico del que el sacerdote es testigo y portador. En la contemplación de Cristo, presente y actuante en la Eucaristía y la Palabra, fermenta el estilo evangélico, la gestualidad cristiana, que se alimenta de una incesante pasión por el Evangelio, avivada por el contacto habitual con Cristo en la oración y los sacramentos.

La pasión en cierto modo va impresa en la misma lógica del Evangelio. El Evangelio no es para gente “razonable”, para gente que tiene “los pies en la tierra”. El Evangelio subvierte la lógica del mundo, valora la realidad terrena con criterios ajenos a los comunes. En este sentido, el Evangelio difiere del “sentido común”, del modo habitual de comprender los retos de la existencia. Quien acoge el Evangelio eleva la mirada, entra en una esfera de conocimiento diferente, aprende a observar la realidad desde otro ángulo, con los ojos de Dios. Solo puede entrar y permanecer en esta lógica quien está animado por una pasión por el Evangelio.
La pasión posibilita el surgimiento de la esperanza allí donde la razón solo constata la imposibilidad, donde el sentido común desaconseja cualquier inversión. Esta realidad se constata claramente en la experiencia del amor. La literatura nos da cuenta de amores imposibles –Abelardo y Eloísa, Calixto y Melibea, Romeo y Julieta–, que prosperan en virtud de la pasión, capaz de suscitar la esperanza de un amor logrado, no obstante la aparente imposibilidad de llevarlo a cabo. La pasión por el Evangelio nos abre también a la esperanza, desplegando una mirada nueva sobre la realidad, hasta entonces percibida como cerrada en sí misma. No se trata de una esperanza cualquiera, sino de la Esperanza con mayúsculas: la esperanza de la salvación, del advenimiento del Reino de Dios. Esta esperanza tiene como garante el Evangelio predicado –Cristo muerto y resucitado– y constituye el dinamismo esencial de la fe cristiana.
Así, la pasión por el Evangelio emerge como una fuerza que empuja a crecer, a estrechar la distancia entre Cristo y cada uno de nosotros. Se trata de un dinamismo necesario en el seguimiento de Jesús, pues nos alerta ante cualquier acomodamiento.
La pasión por el Evangelio libera de las certezas adquiridas, nos obliga a distanciarnos de ellas para cuestionarlas. El Evangelio es para quien lo acoge y lo hace vida una fuente constante de riesgo, pues abre una brecha entre la realidad –personal y social– tal como es y la realidad tal como debería o podría ser.
«Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos…» (2 Tim 1, 6)
A veces, cuando se rompe una pareja, se aduce como razón que “se había extinguido la pasión”. Es verdad. En toda historia de amor –y la vocación sacerdotal lo es– existe el riesgo de que la pasión se apague, de que deje de alumbrar y dar calor a la propia existencia. ¿Cómo conjurar este riesgo?
Hemos comenzado este escrito haciéndonos eco de la sorprende noticia aparecida en la revista Forbes en la que se afirmaba que el sacerdocio es la profesión más feliz del mundo. Al explicar la diferencia entre una profesión y la vocación, señalábamos que la vocación sacerdotal se caracterizaba por estar animada en su origen y desarrollo por una verdadera pasión por el Evangelio. Lamentablemente, esta pasión puede decaer, dejar de dar luz y calor al corazón sacerdotal.
Por esto, el saludo de Pablo a Timoteo contiene una exhortación a reavivar el don de la vocación recibida. Pablo es consciente de que si esta pasión no se alimenta se desvanece azotada por los vaivenes de la vida y las dificultades. La crisis vocacional de nuestro tiempo aparece así como una crisis de pasión, una mengua de la vitalidad y el entusiasmo en la vivencia de la vocación sacerdotal, que repercute en la capacidad de suscitar en los jóvenes el deseo de unirse más estrechamente a Cristo. Recordar que el núcleo de la vocación sacerdotal está habitado por una inextinguible pasión por el Evangelio invita a volver la mirada sobre ella para reavivarla y contagiar así a otros de esta fuerza salvífica que no conoce fronteras.
«Al verlos, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del Evangelio al mundo» (Homilía de Benedicto XVI en la celebración eucarística con los seminaristas durante la JMJ 2011).

martes, 17 de abril de 2012

HOMILÍA DEL PAPA EN EL DÍA DE SU CUMPLEAÑOS

Ciudad del Vaticano, 17 abril 2012 (VIS)


“Me encuentro en la recta final del viaje de mi vida y no sé qué me espera -concluyó el Papa-. Sé, sin embargo, que la luz de Dios existe, que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad; que la bondad de Dios es más fuerte que cualquier mal de este mundo. Y esto me ayuda a seguir adelante con seguridad. Esto nos ayuda a seguir adelante, y en esta hora doy las gracias a todos aquellos que constantemente me hacen sentir el 'sí' de Dios a través de su fe”.

Ayer por la mañana, en la Capilla Paolina del Palacio Apostólico, tuvo lugar una Santa Misa de Acción de Gracias por los dos aniversarios que el Santo Padre celebra esta semana: su cumpleaños (ayer, 16 de abril, 85 años) y su elección al solio pontificio hace siete años (el 19 de abril). A la Misa asistieron los miembros del colegio cardenalicio y una amplia representación del episcopado de la tierra natal de Benedicto XVI.

En su homilía, el Papa recordó que, en el día de su nacimiento y de su bautismo, la liturgia de la Iglesia ha colocado tres hitos que, dijo, “me indican a dónde lleva el camino y que me ayudan a encontrarlo”: la memoria de santa Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes; la de San Benedicto José Labre; y, el Sábado Santo, que en el año de su nacimiento fue el 16 de abril.

Santa Bernadette, crecida en medio de una pobreza “difícilmente imaginable (…) sabía mirar con corazón puro y genuino. María le indica un manantial, (…) agua pura e incontaminada, agua que es vida, que da pureza y salud. (…) Pienso que podemos considerar este agua como una imagen de la verdad que nos viene al encuentro en la fe: la verdad incontaminada. (…) Esta pequeña santa ha sido siempre para mí un signo que me ha indicado de dónde procede el agua viva que necesitamos -el agua que nos purifica y da la vida-, y un signo de cómo deberíamos ser: con todo el saber y todas las capacidades, que son necesarias, no debemos perder (...) la mirada simple del corazón, capaz de ver lo esencial; debemos rogar al Señor para que podamos conservar siempre la humildad que permite al corazón ver lo que es simple y esencial, la belleza y la bondad de Dios, y encontrar así el manantial del que brota el agua que da la vida y purifica”.

El Papa recordó a continuación que Benedicto José Labre, que vivió en el siglo XVIII, “fue un santo un tanto particular que, mendigando, peregrinó de un santuario a otro y no quiso hacer otra cosa que rezar, y con ello dar testimonio de lo que cuenta de verdad en esta vida: Dios. (…) Nos muestra que (…) más allá de lo que puede haber en este mundo, más allá de nuestras necesidades y capacidades, lo esencial, es conocer a Dios. Él solo basta”. La vida del santo, que recorrió toda Europa viajando santuario en santuario, “hace evidente que quien se abre a Dios no se aleja del mundo y de los hombres, sino que encuentra hermanos; (…) solo Dios puede eliminar las fronteras, porque gracias a Él somos todos hermanos”.

“Por último -continuó Benedicto XVI- está el Misterio Pascual. El día en que nací, gracias a la atención de mis padres, renací también en el agua y en el Espíritu (...) La vida biológica de por sí es un don, y sin embargo está rodeada por una gran pregunta. Se convierte en un don verdadero sólo si, junto con ella, hay una promesa que es más fuerte que cualquier desventura que nos amenace, si se sumerge en una fuerza que asegura que es bueno ser hombre, que para esta persona es un bien cualquier cosa que el futuro traiga. Por lo tanto, al nacimiento se asocia el renacimiento, la certeza de que, en verdad, es bueno existir, porque la promesa es más fuerte que la amenaza. Este es el sentido de la regeneración por el agua y el Espíritu (…) Ahora, el renacimiento se nos da en el bautismo, pero tenemos que seguir creciendo en la fe, tenemos que seguir dejándonos sumergir en la promesa de Dios para nacer realmente de nuevo en la grande y nueva familia de Dios, que es más fuerte que todas las debilidades y todas las potencias negativas que nos amenazan”.

“El dia que me bautizaron (…) era Sábado Santo. Entonces se solía anticipar la Vigilia Pascual a la mañana, a la que habría seguido todavía la oscuridad del Sábado Santo sin el Aleluya. Me parece que esta singular paradoja, esta anticipación singular de la luz en un día oscuro, puede ser casi una imagen de la historia de nuestros tiempos. Por un lado, todavía permanecen el silencio de Dios y su ausencia; pero en la resurrección de Cristo está ya la anticipación del 'sí' de Dios; y, basándonos en esta anticipación, vivimos y a través del silencio de Dios, escuchamos su palabra, y por medio de la oscuridad de su ausencia entrevemos su luz. La anticipación de la resurrección en medio de una historia que evoluciona es la fuerza que nos muestra el camino y que nos ayuda a seguir adelante”.