Final De Los Tiempos

viernes, 13 de septiembre de 2013

Homilía Dominical 15 de Septiembre de 2013


Homilía Dominical
15 de Septiembre de 2013

Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

Descubramos
el rostro amoroso de Dios Padre

La liturgia de este domingo proclama el amor misericordioso de Dios, que aparece, de manera transversal, en las tres lecturas y en el Salmo:

En el texto del libro del Éxodo, Dios acoge la petición de Moisés, quien intercede en favor de la comunidad, la cual había cometido un pecado gravísimo al adorar un becerro de metal diciendo:

Este es tu dios, Israel; es el que te sacó de Egipto”.

El amor misericordioso de Dios, sensible a las súplicas de Moisés, suspendió el merecido castigo.

El Salmo 50 proclama la misericordia de Dios:

Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas”.

En la primera carta que san Pablo escribe a su discípulo Timoteo, el apóstol recuerda su agitada historia personal de salvación; el amor misericordioso de Dios lo transformó de perseguidor de los cristianos en incansable proclamador de la buena nueva.


En el evangelio de Lucas, encontramos tres hermosos textos, conocidos como las parábolas de la misericordia:
1.  la oveja perdida,
2.  la mujer que busca la moneda de plata que extravió
3.  y la parábola del hijo pródigo, que es el texto más inspirador de todos, pues comunica maravillosamente el amor misericordioso del Padre, que espera el retorno del pecador arrepentido.

Toda la liturgia de este domingo destila el amor misericordioso de Dios. Para las generaciones actuales, la palabra misericordia tiene un cierto sabor negativo porque se la asocia con sentimientos de pesar y conmiseración hacia el dolor ajeno, sin que esos sentimientos pasen al compromiso.

Sin embargo, cuando exploramos el sentido original que esta palabra tiene en la Biblia, descubrimos una riqueza insospechada. En el Antiguo Testamento, la palabra misericordia evoca una relación de afecto y ternura entre dos seres, la cual genera acciones de ayuda y de solidaridad. Hablar del amor misericordioso de Dios significa reconocer la infinita ternura que Dios siente por cada uno de nosotros, su deseo de compartir su vida divina y tender la mano a todos los que lo buscan con sinceridad.

Son incontables los textos del Nuevo Testamento que proclaman que el amor de Dios es eterno y que Él se ha constituido en defensor de los pobres, de las viudas y los huérfanos, que son sus preferidos, y que perdona las innumerables infidelidades del pueblo de la alianza.

La historia del amor misericordioso de Dios, consignada en el Antiguo Testamento, llega a su clímax en la Encarnación, cuando el Hijo eterno del Padre se hace hombre en las entrañas de una joven campesina judía. Es la apoteosis del amor misericordioso que irrumpe en la historia humana como Jesús de Nazaret.

Todas las palabras y gestos de Jesús dan testimonio del amor misericordioso del Padre, que Él ha venido a revelarnos. En su ministerio apostólico, acogió las peticiones que le hacían los enfermos, los pobres, los excluidos, los pecadores, los padres y madres de familia angustiados por la salud de sus hijos, lloró junto a la tumba de su amigo Lázaro.

Así como Jesús se mostró implacable con los hipócritas y los que manipulaban la religión para su beneficio personal, su sensibilidad no conoció límites cuando tuvo frente a sí el dolor humano en todas sus manifestaciones.

El centro del mensaje de Jesús lo ocupa la revelación de Dios como Padre. La forma íntima como Jesús se dirige a Dios, a quien llama Abbá, Padre, dejó una profunda huella en la primera comunidad cristiana.

De ahí la importancia de la oración del Padrenuestro, aprendida de labios del mismo Maestro; en ella expresamos lo más hondo de nuestra comprensión de Dios y de nuestra relación con Él. Gracias a la revelación de Jesucristo, los seres humanos somos llamados a establecer una relación personal con un divino que nos conoce y escucha, nos sostiene y nos ama. Esta revelación desborda todo lo que la imaginación humana podría soñar en su relación con el Absoluto.

A través del lenguaje pedagógico de las parábolas, Jesús nos invita a avanzar en el conocimiento del amor misericordioso de Dios; estas imágenes sencillas, tomadas de la vida diaria, nos revelan el rostro amoroso de Dios.

Los creyentes no solo debemos reconocer y agradecer el don infinito del amor misericordioso de Dios, sino que debemos asumir ese mismo amor misericordioso como la agenda que inspira nuestra vida diaria.

Al final de la vida, el Señor nos preguntará por las expresiones de amor misericordioso que hayamos tenido; nos dirá el Señor: tuve hambre, tuve sed, me sentí abandonado; y tú, ¿qué hiciste?

Debemos ser testigos del amor misericordioso de Dios siendo solidarios con nuestros hermanos que sufren.