Final De Los Tiempos

viernes, 30 de diciembre de 2011

HOMILIA DOMINICAL ENERO 1 DE 2012

HOMILIA DOMINICAL ENERO 1 DE 2012
María Madre de Dios

Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.

Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño y todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días fue circuncidado el niño y le pusieron por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lucas 2, 16-21).



1. Comenzamos el año proclamando a María Santísima como “Madre de Dios

“Madre de Dios” es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

El texto de la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía- (Gálatas 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios como “nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: “abba”, que en arameo significa literalmente papá.

También a María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la proclamó Madre de la Iglesia, porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”, sino también “Madre nuestra”.



2. Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador

Los bebés hebreos varones -como sigue sucediendo hoy con los judíos recién nacidos- recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús. Su nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María en el Evangelio de san Lucas y a José en el de san Mateo, significa Dios salva, porque en hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés -Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva).

A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, meditemos nosotros en lo que representa para nuestra vida el santo nombre de Jesús. Cada vez que invocamos a Dios por este nombre, afirmamos su acción salvadora que puede liberarnos de las cadenas de nuestro egoísmo, de todo lo que nos impide realizarnos plenamente como personas, si acogemos sus enseñanzas con una disposición decidida a ponerlas en práctica.

Así pues, con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y de nuestras relaciones humanas.



3. Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad

Con la evocación  del cántico de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-, que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz.

El Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz al comenzar este día el año 2012, lleva por título “Educar a los jóvenes para la justicia y para la paz”. Con este lema el Santo Padre plantea una cuestión urgente: escuchar y valorar las nuevas generaciones en la realización del bien común, en la afirmación de un orden social justo y pacífico donde puedan ser plenamente realizados los derechos fundamentales del ser humano.

Resulta, por tanto, un deber de los padres y madres de familia, juntamente con quienes ejercen la docencia en las instituciones educativas,  colocar a las futuras generaciones en las condiciones de vivir y expresar de manera responsable la urgencia de un mundo nuevo en el que todos los seres humanos realicen la capacidad de construir una civilización de amor fraterno coherente con las exigencias de verdad, de libertad y de justicia.

Al iniciar pues este año 2012, pidámosle al Señor el don de la paz y dispongámonos a hacer lo que nos corresponde para que este don llegue efectivamente a cada uno de nosotros: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero:


El Señor  te bendiga y te guarde;
ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio;
te muestre su rostro y te conceda la paz.-