Fiesta de la Santísima Trinidad
DOMINGO 3 De Junio De 2012
Por Jorge
Humberto Peláez S.J.
1. Lecturas:
a. Deuteronomio 4, 32-34.
39-40
b. Carta de san Pablo a
los Romanos 8, 14-17
c. Mateo 28, 16-20
2. En este domingo, la liturgia nos invita a contemplar
el misterio de la Trinidad. La inteligencia humana es desbordada por la
afirmación de la fe: Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Este
Dios, perfecta unidad y comunidad, está presente en todos los momentos de
nuestra vida; todas las actividades las llevamos a cabo “en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
3. Las lecturas de hoy ponen de manifiesto la
gradualidad con que se ha llevado a cabo la automanifestación de Dios en la
historia:
a. El texto del
Deuteronomio recuerda a la comunidad la experiencia religiosa del pueblo de
Israel, a través de la cual descubrió a
Dios como ser personal, único, trascendente, que se manifestó en la
historia de la comunidad.
b. Pablo, en su Carta a
los Romanos, nos presenta a Jesucristo
como revelador del Padre; somos hijos de Dios y coherederos con Cristo.
c. El texto de Mateo nos
relata el mandato evangelizador que el Resucitado da a sus discípulos y a todos
los miembros de la comunidad eclesial: “Enseñen a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
4. Estos tres textos nos ofrecen una síntesis densa
de lo que ha sido la automanifestación de Dios en sus tres momentos centrales:
la alianza y la promesa al pueblo elegido; la plenitud de la revelación en
Jesucristo; la Iglesia como proclamadora de la Buena Noticia.
5. Leamos con atención el texto del Deuteronomio:
a. Moisés se dirige a la
comunidad para recordarle, mediante preguntas, la experiencia religiosa
absolutamente única que han vivido ellos y sus padres, la cual los hace
diferentes de los demás pueblos.
b. Las culturas antiguas
eran politeístas, es decir, adoraban muchos dioses, que estaban asociados con
los fenómenos de la naturaleza: el sol, la luna, la lluvia, el rayo, la
fecundidad, la serpiente emplumada, etc.
c. Nos narra la Biblia que
Dios escogió a Abrahán y selló con él y sus descendientes una alianza que
transformó la historia religiosa de la humanidad; el núcleo de esta alianza
está sintetizada en las frases: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”.
d. Se abre así el más
fascinante escenario, que ningún ser humano se había atrevido a imaginar: Dios
quiere automanifestarse a los seres humanos, y lo hará gradualmente a través de
los acontecimientos de la historia de un pueblo particular.
e. Así el pueblo de Israel
fue descubriendo que Dios es un ser personal (no una fuerza de la naturaleza),
único (no existe pluralidad de dioses), trascendente (no está sometido a los
límites del espacio y del tiempo), se comunica a través de los acontecimientos
históricos (no es alguien distante e indiferente al quehacer humano) y que
establece una alianza o pacto de amor exclusivo.
f. En el texto que hemos
leído, Moisés recuerda a su comunidad estas experiencias absolutamente únicas:
“¿Hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, una cosa tan grande como
esta? ¿Se oyó algo semejante? ¿Hubo acaso hechos tan grandes como los que, ante
sus propios ojos, hizo por ustedes en Egipto el Señor su Dios?”
g. A pesar de estas
experiencias únicas de automanifestación de Dios, el pueblo de Israel tuvo la
memoria frágil y con frecuencia se apartó del camino trazado por la alianza,
rindió culto a dioses extranjeros y su comportamiento se alejó de los
mandamientos.
6. La promesa hecha al pueblo de Israel se hace carne
en Jesucristo. Él no es un enviado más que anuncia la salvación; Él es la salvación. En Jesucristo,
alcanza su clímax la automanifestación de Dios en la historia. Él es el
revelador del Padre; por eso, quien lo ha visto a Él, ha visto al Padre.
7. En el texto de la Carta a los Romanos que hemos
escuchado, san Pablo nos invita a tomar conciencia de la enorme trascendencia
de lo que ha sucedido; gracias a Jesucristo, hemos conocido que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu
Santo, y esta revelación transforma radicalmente nuestro ser, nuestro
actuar y nuestro destino. Dejemos que las palabras de san Pablo resuenen en
nuestro interior:
a. “No han recibido
ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu
de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”, con todas las
implicaciones de cercanía, ternura, intimidad que supone la relación entre un
padre y su hijo.
b. “Y si somos hijos de
Dios, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Esta realidad
obrada “por Cristo, con Él y en Él” transforma radicalmente el sentido de la
existencia humana. El destino de los seres humanos no está manejado como si
fuera una marioneta en manos de la Fatalidad; no estamos condenados al absurdo,
ni caminamos hacia la destrucción. Estamos llamados a participar de la plenitud
de la vida de Dios como sus hijos y herederos.
8. El Espíritu Santo, enviado a la comunidad de los
seguidores del Señor el día de Pentecostés, nos motiva a unirnos a esta tarea
de anunciar la Buena Noticia del Señor Resucitado. Es la responsabilidad que se
nos confía a cada uno de nosotros en la Iglesia: “Vayan, pues, y enseñen a
todas las naciones, bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y
sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
9. Que en esta fiesta de la Santísima Trinidad tomemos conciencia de la forma como Dios se ha
autocomunicado a través de los acontecimientos de la historia y asumamos el
reto de transmitir a otros las realidades que transforman el sentido de la vida
y de la historia.