HOMILIA DOMINICAL
13 de Octubre de 2013
Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J
Encontremos a Dios
en la lectura de la Biblia
Lecturas:
II Libro de
los Reyes 5, 14-17
II Carta de
san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Lucas 17,
11-19
Las lecturas
de este domingo nos describen el camino recorrido por dos extranjeros que
encontraron la salud y el don de la fe.
Los
protagonistas son:
1. Naamán,
general de los ejércitos del rey de Aram,
2. y un
samaritano que se contaba entre los diez leprosos que fueron curados por
Jesús.
En primer
lugar, dirijamos nuestra mirada a Naamán.
Como acabamos
de escuchar el relato, no lo vamos a repetir. Concentrémonos en lo
fundamental: después de superar sentimientos encontrados, Naamán decide
acatar las instrucciones del profeta Eliseo y se sumerge siete veces en las
aguas del río Jordán, de donde sale curado. La experiencia de la salud
recuperada lo transforma interiormente; abandona el culto de los dioses de sus
antepasados y confiesa su fe en Yahvé: “a ningún otro Dios volveré a ofrecer
más sacrificios”.
Las palabras
del profeta Eliseo lo condujeron en su búsqueda, que empezó por la salud,
pero que tuvo consecuencias mucho más hondas; y su rito de purificación, que
consistió en sumergirse en las aguas del río Jordán, tiene grandes
afinidades con el rito bautismal, cuyas aguas nos hacen renacer a una vida
nueva.
Dejemos a
Naamán y dirijamos nuestra atención a los diez leprosos.
En Israel, la
lepra no sólo significaba una cruel enfermedad que iba deteriorando
inexorablemente la calidad de vida del paciente, sino que estaba acompañada de
crueles implicaciones sociales, pues su portador estaba excluido de la vida en
comunidad.
Los diez
leprosos salieron al encuentro del Señor y a gritos le pedían:
“Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros”.
Esta súplica
era expresión del profundo sufrimiento físico y moral, que sentían aquellos
enfermos; sus súplicas tocaron el corazón del Maestro. Llama la atención
que, de los diez leprosos que fueron curados, sólo uno – el extranjero –
regresó para agradecer.
A este
samaritano le dijo:
“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Naamán
encontró la salud y la salvación gracias a las palabras del profeta Eliseo;
El samaritano
leproso encontró la salud y la salvación gracias al encuentro con el Señor.
Esta experiencia les cambió la vida.
Ellos fueron
conscientes del don que habían recibido y supieron responder a él.
Los que nos
hemos educado en un ambiente católico y hemos estado cerca de los ritos
religiosos tales como el bautismo, la confirmación, la primera comunión,
etc., difícilmente tenemos la capacidad de sorprendernos frente a lo que
significa la fe como un don; es algo que hace parte de nuestra herencia
cultural.
Por eso
consideramos que la Biblia es un libro más de la biblioteca familiar;
vemos los
sacramentos como unos ritos ancestrales de las familias;
la Palabra de
Dios y los sacramentos no son vividos como momentos privilegiados de
participación de la vida divina;
La rutina nos
impide reconocer, dar gracias y celebrar esos espacios privilegiados de
encuentro con Dios.
Anteriormente
decíamos que Naamán y los diez leprosos habían vivido situaciones
privilegiadas de encuentro con Dios. Y nosotros, ¿cómo nos encontramos con
Dios, cómo escuchamos su Palabra? Dios se hace presente en nuestras vidas de
muchas maneras:
- Se nos
comunica a través de acontecimientos, positivos o negativos, que nos exigen
hacer un alto en el camino para revisar la escala de valores que estamos
poniendo en práctica;
- También se
nos hace presente a través de los consejos de familiares y amigos;
- Dios también
nos interroga a través del sufrimiento de los hermanos. Sería interminable la
lista de posibles escenarios a través de los cuales Dios nos manifiesta su
plan de salvación.
Después de
estos comentarios generales sobre los escenarios y posibilidades de los que Dios
se vale para comunicarnos su plan de salvación, quisiera invitarlos a
concentrar nuestra atención en la Biblia. Un escenario privilegiado de encuentro
con Dios es la lectura de la Palabra de Dios, consignada en los escritos del
Antiguo y del Nuevo Testamento.
En el Antiguo
Testamento, Dios fue comunicando, de manera gradual, su plan de salvación, y
anunció un Mesías que cambiaría el curso de los acontecimientos. Esta
promesa se hizo realidad cuando el Hijo eterno del Padre se hizo hombre en las
entrañas de María.
En el Nuevo
Testamento, está consignada la experiencia de la Iglesia Apostólica que nos
transmite las palabras y acciones de Jesús tal como fueron asumidas por esa
primera comunidad que había sido testigo de la pascua del Señor.
La Palabra de
Dios, consignada en los textos sagrados y confiada a la Iglesia, es portadora
de salvación. Los invito a que seamos lectores ávidos de la Biblia; allí
está expresada la auto- comunicación de Dios. Por eso no debemos leer la
Biblia como hacemos con las crónicas sociales o con las noticias
internacionales. No se trata de informarnos.
Debemos leer
los textos sagrados de manera pausada y hacerlos objeto de nuestra oración, de
manera que el Señor nos ayude a descubrir su voluntad;
por ejemplo,
al leer las Bienaventuranzas, pidámosle al Señor que nos dé la claridad y el
valor para ajustar nuestras vidas a su programa del Reino;
Al leer la
parábola del hijo pródigo, pidámosle al Señor que seamos capaces de
reconocer nuestros errores sin caer en las disculpas o justificaciones, y que
pidamos perdón y modifiquemos nuestro comportamiento.
En este
domingo en el cual tenemos como referentes a Naamán y a los leprosos curados
por el Señor, los invito a buscar el acercamiento con el Señor a través de
la lectura de la Biblia; es el Libro por excelencia que nos descubre el plan de
salvación y nos muestra el camino que nos conduce a la casa de nuestro Padre
común.
La lectura
meditada de la Palabra de Dios es lugar de encuentro con Dios-amor que quiere
comunicarnos su vida divina.