SOLEMNIDAD DE
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
POR: BENEDICTO XVI
Del Domingo 22 de noviembre de 2009
Domingo 25 de noviembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año litúrgico celebramos
la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, que tiene profundas raíces
bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y
permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se
puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá
de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de
revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su
muerte y resurrección.
Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los
escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel:
que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad,
precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su
pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la
voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado.
Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se
convierte en el Rey del universo, como declarará Él mismo al aparecerse a los
Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt28,
18).
Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los
reyes y de los grandes de este mundo; es
el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio
de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un
corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la
esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone
y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la
verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio
se pone bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio
de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a
quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a
Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la
paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas,
la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre
de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes
terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su
Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1,
32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se
preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió
escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio
de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús,
nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra
existencia.