Homilía Dominical
Octubre
28 de 2012
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Al salir Jesús de Jericó,
acompañado por sus discípulos y una gran multitud, encontró a Bartimeo -el hijo
de Timeo- un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino. Él, al oír que
era Jesús de Nazaret, empezó a gritar:
“¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!”.
Muchos lo reprendían y le
decían que se callara. Pero él gritaba mucho más todavía:
“¡Hijo de David, ten
compasión de mí!”.
Jesús se detuvo y mandó
llamar al ciego. Entonces lo llamaron y le dijeron:
“¡Ten confianza!
¡Levántate, que te llama!”.
Él tiró su capa, de un
salto se puso en pie y fue adonde estaba Jesús, el cual le preguntó:
“¿Qué quieres que haga
por ti?”.
El ciego le contestó:
“Maestro, ¡que recobre la
vista!”.
Jesús le dijo:
“vete, tu fe te ha dado
la salud”.
Y en seguida recobró la
vista, y fue siguiendo a Jesús por el camino (Marcos 10, 46-52).
1.- “¡Jesús, Hijo de
David, ten compasión de mí!”
El invidente de este relato tiene nombre propio: Bartimeo,
el hijo de Timeo (en arameo, Bar significa hijo de). Es un mendigo
sentado a la salida de Jericó, por donde hay que pasar para ir de Galilea a
Jerusalén. Y el título con el que se dirige Bartimeo a Jesús al llamarlo Hijo
de David -con el cual sería aclamado por la multitud al entrar poco después
en la capital de Judea-, tiene un significado especial. En efecto, uno de los
signos de la salvación que realizaría el Mesías prometido anunciado por los
profetas del Antiguo Testamento como descendiente del rey David, era el de
hacer ver a los ciegos. Por eso en varias profecías, como la que nos presenta
la primera lectura de hoy (Jeremías. 31, 7-9), ellos se cuentan entre los
beneficiarios de la acción salvadora de Dios, junto con las demás personas que
tenían algún impedimento para emprender el camino hacia Jerusalén después de la
liberación del destierro en Babilonia, cantada por el Salmo responsorial de la
misa de este domingo [126 (125)].
Ahora bien, en su significado más profundo, los ciegos a los que se
refieren las profecías somos todas las personas que necesitamos que Dios nos
ilumine liberándonos de la oscuridad de la ignorancia espiritual, para que
podamos reconocer el camino que nos lleva a la verdadera felicidad. Por eso
también nosotros podemos suplicar, como el ciego Bartimeo: ¡Jesús, Hijo de
David, ten compasión de mí!
2.- “¡Ten confianza!
¡Levántate, que te llama!”…
Ante la súplica del ciego, el relato nos muestra dos reacciones sucesivas
de la gente que va con Jesús -sus discípulos y una gran multitud-. La primera
es de molestia ante los gritos del mendigo: Muchos lo reprendían y le decían
que se callara. La segunda, producida por Jesús mismo al mostrar su compasión
por aquel hombre, es de solidaridad: ¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!
Así, Jesús se manifiesta como quien puede compadecerse de los ignorantes y los
extraviados, tal como nos lo presenta la segunda lectura de hoy (Hebreos. 5,
1-6).
Por una parte, el Evangelio nos invita a preguntarnos si estamos dispuestos
a reconocer y ayudar a los verdaderamente necesitados en sus necesidades, no
dándoles una limosna que los deja postrados en lugar de animarlos a levantarse,
sino cooperando para que reciban una ayuda efectiva en el sentido del proverbio
chino: “si tu hermano te pide pescado, no te limites a dárselo, enséñale a
pescar”.
Y por otra, en coherencia con el sentido más profundo del relato, podemos
tomar como hecha a cada uno de nosotros la invitación que animó al ciego a
tener confianza y levantarse. Jesús nos llama para realizar en nosotros
maravillas que son posibles si tenemos fe en su poder, y parte de esta fe es
levantarnos y desprendernos de lo que nos estorba para acercarnos a Él, como lo
hizo Bartimeo cuando tiró su capa. Entonces podemos oír que Jesús nos dice:
¿Qué quieres que haga por ti? Y nosotros, reconociéndolo como el Maestro que
nos hace posible ver el camino hacia la felicidad, podemos pedirle la
recuperación de nuestro sentido de la vista espiritual, oscurecido por las
tinieblas de nuestro egoísmo y nuestros afectos desordenados.
3.-
Y en seguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino
Un detalle significativo: Jesús, al devolverle la vista, le dice a
Bartimeo: vete, tu fe te ha dado la salud. Por una parte, ese “vete” no
significa una despedida, sino una invitación, como quien dice: “anda, no sigas
ahí postrado, ya puedes emprender el camino”. Y Bartimeo emprende con Jesús el
camino hacia Jerusalén, signo de nuestro camino hacia la felicidad eterna, que
tendrá que pasar por la cruz para culminar en la resurrección. Y por otra, una
vez más como muchas otras en los Evangelios, el propio Jesús enfatiza la
importancia decisiva de la fe para obtener la sanación que necesitamos.
Jesús está siempre dispuesto, si nos reconocemos necesitados de salvación,
a liberarnos de la ceguera espiritual que nos impide reconocer y emprender el
camino hacia la verdadera felicidad. Y esto último es lo más importante, lo que
en definitiva cuenta en la perspectiva de la eternidad. Dispongámonos con fe a
ser curados por Jesús de nuestra ceguera espiritual y a seguirlo como nuestro
Maestro por el camino que Él nos muestra al abrirnos los ojos para reconocerlo
en nuestra existencia y en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida,
especialmente en los momentos de crisis y oscuridad.
El “Año de la Fe”
El pasado 11 de octubre el Papa Benedicto XVI, con una Eucaristía celebrada
en la Plaza de San Pedro para celebrar los 50 años de la convocación del
Concilio Ecuménico Vaticano II por su antecesor el beato Juan XXIII, y los 20
del Catecismo de la Iglesia Católica publicado por su predecesor Juan Pablo II,
dio inicio al “Año de la Fe”, que terminará en la fiesta de Cristo Rey el
domingo 24 de noviembre de 2013. Con este mismo motivo el Papa Benedicto,
además de su homilía en esa celebración eucarística, promulgó la Carta
Apostólica Porta Fidei (Puerta de la Fe). Los relatos evangélicos en los que
Jesús da la vista a los ciegos simbolizan el don de la fe que nos libera de la
oscuridad espiritual y nos hace posible seguir al Señor, que es la “Luz del
mundo”, como él mismo se autoproclamó. Unámonos entonces al Papa, y con toda la
Iglesia oremos para que, en este Año de la Fe, esa misma Luz disipe las
tinieblas en las que se encuentran muchos hombres y mujeres que no conocen a
Dios ni creen en Él.-