HOMILÍA DOMINICAL
17 DE NOVIEMBRE DE 2013
Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“¿Cuál será la señal
de que estas cosas
ya están a punto de suceder?”
En el
anterior domingo comentábamos cómo la vida es el lugar privilegiado en el que
se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es Dios de muertos, sino de
vivos... y es en la vida donde nos comunica su proyecto.
Por tanto,
los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos, el oráculo de los
dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o leer la mano, o el
cigarrillo, etc.
Para
consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal, comunitaria y social,
sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la realidad, no
traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz que piensa
que porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la arena, va a
desaparecer el cazador.
No se trata,
pues, de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las
cosas son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas,
que no les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y
mirar sin miedo la realidad.
Por algo
Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría por el Espíritu Santo,
dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a
los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre,
porque así lo has querido” (Lucas 10,21).
Esta fue la
actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad, ante
las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su Padre
Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su vida y
la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos llegar a
una lista como la siguiente;
Jesús habla
allí de:
Pan, sal, luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones,
aves, graneros, flores, hierba, paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos,
piedras, culebras, pescados, puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos,
cardos, fuego, casas, rocas, arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras,
aves, nidos, médicos, enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino,
cueros, odres, cosechas, trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa,
sandalias, bastones, polvo, pies, lobos, serpientes, palomas, azoteas,
pajarillos, monedas, cabellos, árboles, frutos, víboras, sembrador, semilla,
sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero, mostaza, huerto, plantas,
ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes, redes, mar, playas,
canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos, vientre, cielo, niños,
piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes, funcionarios, esclavos,
cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres, lagar, terreno,
labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís, comino, mosquito,
vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras, vírgenes, aceite,
dinero, banco, pastor, cabras...
Y, así,
podríamos seguir.
En estos
elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que Dios
quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas
distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero
Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del hombre,
pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1 Sam. 16,
7).
Esta manera
de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente
la del turista.
Esta es la
respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy:
¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto
de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...