Final De Los Tiempos

sábado, 30 de marzo de 2013

HOMILIA DOMINICAL MARZO 31 DE 2013


HOMILIA DOMINICAL
MARZO 31 DE 2013
Por: Fray Nelson Medina O.P.



Juan 20,1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:

"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto."

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


 1. Más que un hombre bueno

1.1.   La primera lectura de este Día solemne y bello nos sorprende con su intenso realismo. Dice Pedro: "comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos". La primera y fundamental afirmación de este Día grande es que el Cuerpo del Resucitado es real. Su Cuerpo es real, realísimo, y POR ESO sabemos que su Resurrección es real, realísima.

1.2.   Estas afirmaciones resultan conocidas y obvias para la mayor parte del pueblo cristiano, pero lamentablemente no son todavía la fe común. Hay teólogos que con razones creen poder afirmar que la Resurrección del Señor fue ante todo un hecho "espiritual", entendiendo espiritual como "independiente de los datos de los sentidos". Según ellos, como se han atrevido a decir, si se encontrara el cadáver de Cristo lo esencial de nuestra fe estaría a salvo, porque lo que creemos se sintetiza en el amor y el servicio a los hermanos, como lo practicó Jesús. Es lo que también predican los Testigos de Jehová.

1.3.   Frente a este modo de reducir a Cristo a un buen predicador del amor mutuo está el realismo casi crudo de Pedro en la primera lectura de hoy: "comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos". Quien así habla, ¿sabía que existía un cadáver de Jesús Crucificado pudriéndose en algún rincón de Palestina? ¿Lo sabía y lo ocultaba, o lo ignoraba y decía sus deseos hablando en voz alta? ¿Eso de "comimos y bebimos" era una alucinación, un engaño que otros le habían causado... o quizá algo que él había buscado supuestamente para no regresar a la vida dura de pescador en Galilea, según enseñaron algunos protestantes liberales? ¿Prefirió entonces Pedro ser perseguido, calumniado, torturado y finalmente muerto con tal de sostener algo que él supuestamente sabía que era mentira? ¡Hasta dónde puede llegar el absurdo de la mente humana cuando quiere mediar a Dios y a su poder con sus solos recursos y teorías!


2. ¿Por qué tenía que resucitar?
  
2.1.   Pedro asegura la verdad del Cuerpo del Resucitado. ¿Por qué es tan importante? ¿No basta acaso, como quieren aquellos teólogos liberales, con afirmar que Cristo fue sincero, bueno, coherente y que nos ha mostrado un camino de solidaridad y servicio hasta el extremo? ¿Qué le agrega la resurrección corporal de Cristo a todo su mensaje, que de por sí es fuerte, bello y capaz de reconstruir a los seres humanos y a la sociedad?

2.2.   Nadie discute que predicar de un modo consecuente la bondad entre los seres humanos es una cosa buena. Es algo que de hecho ha practicado mucha gente de muy diversos tiempos, culturas y... religiones. Tampoco hay que discutir si Cristo hizo eso. El punto es si la misión de Cristo se reduce a eso y si eso sólo explica el modo de su muerte. No olvidemos que el Señor tuvo muchas oportunidades de escabullirse de la espantosa muerte que veía venir.

2.3.   Si la vida humana la consideramos únicamente en términos de la realidad que alcanzan a ver nuestros ojos, es decir, en términos de lo "intramundano", nada necesitamos más allá de una buena y sensata predicación que nos ayude a no ser perversos y a tratar de ser solidarios. Para eso no se necesitaba un nacimiento virginal, ni milagros, ni exorcismos, ni mucho menos los padecimientos atroces de la Cruz. Confucio, Buda o Mahoma hablaron con elocuencia sobre aprender a ser buenos, pacientes, mansos, puros... y hay incluso ateos que nos han dado discursos bien hilados sobre estas materias. Sartre decía que el existencialismo (ateo) era un modo supremo de humanismo.

2.4.   Las cosas cambian cuando descubrimos que la vida sobre esta tierra no es todo; cuando entendemos que la maldad no es un problema solamente de disfuncionalidad social que puede repararse agrupando buenas intenciones. La maldad ejerce poder y tiene encanto, y para muchas personas, incluidos nosotros, en muchas situaciones ha resultado que ser malo es deseable, provechoso e incluso deleitable. Todo el Antiguo Testamento es la historia de cómo el bien sensato, condensado en los Diez Mandamientos, finalmente no logra abrirse paso porque el corazón humano es incomprensible en sus arranques de codicia, envidia, soberbia, estupidez o capacidad de crueldad. El misterio de ese mal que es absurdo y sin embargo poderoso, que nos hace daño y sin embargo nos reporta beneficios, nos obliga a bucear en nuestras almas y no contentarnos con una nación ingenua del mal, como si hacer el mal fuera siempre un asunto de ignorancia del bien.

2.5.   Es sobre todo la abundancia y persistencia del mal la que nos conduce a la pregunta ineludible para toda razón depsierta: "¿cuál es el sentido de mi vida?". En efecto, si nuestras tareas y esfuerzos no parecen cambiar sustancialmente las cosas, pues a un gobierno le sigue otro y a una moda otra y a un amante otro, ¿para qué es la vida? ¿Tengo que soportar sin más la bofetada de la muerte y rendirme a su imperio? ¿Soy una sombra que persigue fantasías, soy una "pasión inútil"? ¿Para qué sirve pensar: únicamente para descubrir que puedo ver lo que podría ser y no será, y puedo entender lo que podría tener y jamás poseeré? ¿Hay tortura más amarga, hay suplicio más absurdo?


3. Pascua y Cruz

3.1.   Como se ve el problema del mal nos conduce al problema de la muerte, que con otras palabras es el problema del sentido de la vida. Y si Cristo fue sólo un predicador más de las bondades de que vivamos en paz, comprensión y solidaridad, ¡qué muerte tan tonta la suya! ¡Qué insensatez dejarse escupir, azotar y crucificar! Para decirnos que era bueno ser buenos, cosa que cualquiera admite con su mente, Cristo hubiera podido dedicarse a coleccionar pensamientos bellos y bien redactados como Confucio, y no era preciso que llegara a la Cruz.

3.2.   La Cruz de Cristo agudiza hasta el paroxismo el tema del sentido de la vida. He aquí un hombre bueno, sincero, puro, generoso, sabio... retorciéndose de dolor y asfixia en un madero frente a la mirada impasible, burlona y desalmada de sus peores enemigos. ¿No es eso el resumen de nuestra angustia? ¿No es Cristo en la Cruz el grito agónico que nos nace del alma cuando queremos ser bondadosos y coherentes, y a la vez nos preguntamos si ello podría valer la pena?

3.3.   El destino del Crucificado nos interesa sobremanera porque nos interesa qué le pasa al que quiere ser consecuentemente bueno. Si toda bondad acaba en el polvo, si de los bienes sólo quedan recuerdos que harán que otros intenten ser buenos para también disolverse en el polvo, ¿qué clase de "buena nueva" es esa? ¿Qué estamos predicando? ¿Anunciamos un bien impotente cuyo único triunfo es que otros intenten esa misma impotencia? ¡Vana sería nuestra fe! , grita san Pablo (1 Cor 15,14).

3.4.   Vemos, en efecto, que los esfuerzos y las buenas intenciones no terminan de sanear este mundo y nos ponemos a predicar que hay que seguirlo intentando, aunque no haya resultados y aunque nuestra herencia sea el silencio polvoriento del sepulcro. ¡Triste y engañosa, inhumana y falsa sería una religión que tal pretendiera! Si el Crucificado se ha quedado en la tumba, allá deben quedar nuestros mejores sueños y nuestras fatuas esperanzas, porque si él no ha cambiado nada en el destino final de los hombres, nada queda tampoco sino "comamos y bebamos que mañana moriremos". Sobre el cadáver de Cristo, si tal fuera el caso, nada hay para celebrar sino la carcajada descompuesta de la muerte.

3.5.   Mas así como la Cruz nos obliga a apurar el sentido de la Pascua, la Pascua colma de su claridad a la Cruz.




4. La verdad del Cuerpo de Cristo


4.1.   El Cuerpo verdadero del Resucitado enseña con su esplendor que la muerte no es la palabra definitiva y que todos los que pretenden dominarnos produciendo tortura, exclusión, terror o muerte no serán para siempre los señores de la tierra.

4.2.   Una vez que entendemos que ningún daño definitivo se puede causar a los que apuestan radicalmente por el bien, incluso más allá de su propia vida, entendemos también la enseñanza del Apóstol, en la segunda lectura de hoy: hemos resucitado con Cristo, tenemos ya una razón profunda y una fuerza invencible que nos permiten "buscar los bienes de allá arriba". Si la vida sin esperanza es un largo prefacio de infierno, la vida con la esperanza puesta en el Resucitado es una degustación de cielo .

4.3.   Como el discípulo amado hoy somos invitados todos a ver y creer. Palpemos a través de los testigos inmediatos, gocemos a través de sus ojos asombrados, cantemos a través de su voz jubilosa: Es verdad; ha resucitado; aleluya, ¡aleluya!