Aquí encontraremos:
A1.
Domingo Diciembre 30 de 2012
La Sagrada Familia
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
A2.
Domingo Enero 01 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Año Nuevo
A3.
Domingo Enero 06 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Empecemos:
“Que la paz y la reconciliación
permanezcan en nuestros corazones en esta Navidad
y en el Nuevo Año”
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
A1.
Domingo Diciembre 30 de 2012
La Sagrada Familia
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén
para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá
todos ellos, como era costumbre en esa fiesta. Pero pasados aquellos días,
cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres
se dieran cuenta. Pensando que Jesús iba entre la gente, hicieron un día de
camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos, no lo
encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí. Al cabo de tres
días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de
su inteligencia y de sus respuestas.
Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su
madre le dijo: --Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos
estado buscando llenos de angustia. Jesús les contestó: --¿Por qué me buscaban?
¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no
entendieron lo que les decía. Entonces volvió con ellos a Nazaret, donde vivió
obedeciéndoles en todo. Su madre guardaba todo esto en su corazón. Y Jesús
seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los
hombres.
La Iglesia
nos invita este domingo inmediatamente posterior a la celebración del nacimiento de Jesús, a meditar sobre la
Sagrada Familia compuesta por Él, María y José. Detengámonos en algunos
aspectos que nos presentan los textos bíblicos correspondientes, y tratemos de
aplicarlos a nuestra vida, cuando en este tiempo de Navidad cobra especial
importancia el sentido de la familia.
1.
Volvió con
ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo.
El relato que nos trae hoy el
Evangelio sobre la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el Tempo de Jerusalén
contiene un significado simbólico que se relaciona con lo que iba a ser el
misterio de su resurrección. En este sentido, la expresión “al cabo de tres
días” nos remite a la experiencia pascual que iban a vivir María santísima y
los primeros discípulos de Jesús después de su pasión y muerte en la cruz. Esto
quiere decir que los relatos de la infancia de Jesús que encontramos en los
Evangelios según san Mateo y según san Lucas, y que fueron redactados después
de los de la pasión, muerte y resurrección del Señor, se escribieron desde la
perspectiva de la vivencia pascual que tuvieron sus primeros discípulos.
En el relato de Lucas que
corresponde al Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús cumpliendo con
sus padres María y José la costumbre religiosa de celebrar cada año la fiesta
de la Pascua, con la que los judíos conmemoraban la liberación, obrada por
Dios, de la esclavitud que habían sufrido sus antepasados en Egipto doce siglos
atrás. María y José fueron para ello con su hijo de 12 años desde Nazaret en
Galilea hasta la capital de Judea, cuyo centro de culto a Dios era el Templo de
Jerusalén.
Varios elementos para nuestra
contemplación orante podemos encontrar en el relato de la pérdida y hallazgo
del niño Jesús en el templo. Centrémonos hoy, con motivo de la fiesta de la
Sagrada Familia, en la última parte del Evangelio, en la cual se nos presenta a
Jesús, después de su regreso con María y José a Nazaret, “obedeciéndoles en
todo”, y contemplemos el misterio de Dios hecho hombre que, como hijo, da
ejemplo de obediencia a sus padres. Pero también contemplemos a María, quien,
como nos dice el Evangelio, “guardaba todo esto en su corazón”. Se trata del
silencio reverente ante el misterio del desarrollo mental y físico de un niño
que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho humano hasta el punto de “crecer en
sabiduría y estatura”.
2.
Honra a tu padre y a tu madre
Tanto la 1ª lectura, tomada
de un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a. C. y llamado de
Ben Sirac o Eclesiástico (3, 3-7.14-17 a), como la 2ª, de la carta escrita
entre los años 57 y 62 d. C. por san Pablo a la comunidad de los Colosenses (3,
12-21), habitantes de la pequeña población de Colosas, en el Asia Menor, nos
recuerdan el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás a tu padre y a tu
madre”.
Ahora bien, en la 2ª lectura
encontramos un detalle interesante: la exhortación de Pablo a los padres a que
traten a sus hijos como personas que merecen respeto “padres, no exasperen a
sus hijos”, tiene una actualidad especial en nuestro país, donde la violencia
intrafamiliar -en especial el maltrato infantil- es una de las manifestaciones
más frecuentes de la injusticia social. Así, pues, el cuarto mandamiento de la
Ley de Dios no es sólo para los hijos con respecto a sus padres. Implica
también que éstos sepan ganarse el respeto de sus hijos, con el testimonio de
su ejemplo de buen trato.
3.
La Sagrada Familia y la auténtica familia cristiana.
La segunda lectura nos
presenta también todo un programa para la realización de la vida familiar.
Resalta en este programa la disposición a la comprensión y al perdón,
indispensable para la armonía entre esposos y entre padres e hijos. Es en el
seno de la familia donde se aprende a pedir perdón y a perdonar, con todo lo
que ello implica en términos de reconciliación y a la vez de disposición a
enmendarse y reparar los males causados. Si no existe en el hogar esta
experiencia, muy difícilmente se darán después en la persona las disposiciones
necesarias para contribuir a la convivencia pacífica.
Pero además el texto bíblico
nos presenta una doble referencia a la Acción de Gracias, término que
corresponde en griego a la palabra Eucaristía. La Misa de los domingos y días
festivos debe ser constante en la vida familiar, además de la oración diaria en
familia, a la hora compartir el alimento, dándole gracias al Señor por él y
pidiéndole que nos disponga a compartir lo que tenemos con los más necesitados.
Dispongámonos entonces a
participar en familia y con la debida frecuencia en la celebración del
sacramento de la Eucaristía, que no sólo nos da la oportunidad a todos de
escuchar en comunidad lo que nos dice el Señor, sino también de ser alimentados
con la vida resucitada de Jesús, que nos fortalece espiritualmente para seguir
el ejemplo de la Sagrada Familia.-
A2.
Domingo Enero 01 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
-
Año Nuevo
- Santa María Madre de Dios
-
Imposición del Nombre de Jesús
- Jornada Mundial de Oración por la Paz
En aquel
tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y
al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de
aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los
pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los
pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y
oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron
por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
(Lucas 2, 16-21).
1. Comenzamos el año proclamando a María Santísima como
“Madre de Dios”
“Madre de Dios” es el título
más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C.,
el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la
tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la
cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque
concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
El texto de la Carta del
apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también
situada en la actual Turquía- (Gálatas 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios como
“nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo
Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús:
“Abba”, que en arameo significa
literalmente papá.
También a María el Concilio
Vaticano II (1962-1965) la proclamó /Madre de la Iglesia/, porque al ser madre
del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y
mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como
hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”,
sino también “Madre nuestra”.
2. Comenzamos
el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador
El Evangelio de hoy (Lucas 2,
16-21) indica que los bebés hebreos varones recibían su nombre en el rito de la
circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús, cuyo
nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María y José, significa
Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos
antes a Moisés -Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo
soy el que salva).
A ejemplo de María, que como
nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su
corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la
presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva
renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción
sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada
uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de
trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y nuestras relaciones humanas.
3. Comenzamos
el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad.
Con la evocación del cántico
de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios
en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-,
que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo
Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia
celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la
Paz.
El Mensaje del Papa Benedicto
XVI para la Jornada Mundial de la Paz al comenzar el año 2013 tiene como lema
"Bienaventurados los que buscan la paz”. Esta frase, tomada del discurso
de las bienaventuranzas de Jesús, cobra especial significadlo para nosotros
precisamente cuando se han reiniciado los intentos por conseguir la paz en
nuestro país. Este propósito debe estar presente siempre en la vida de todas
las personas que queremos seguir a Jesús, y mostrarse con hechos concretos.
Al iniciar pues este año
2013, pidámosle al Señor el don de la paz y dispongámonos a hacer lo que nos
corresponde para que este don llegue efectivamente a cada uno de nosotros y a
toda la humanidad: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en
los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz
en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y
de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de
reconciliación. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de
bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero:
Que
el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te
sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.
A3.
Domingo Enero 06 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey
de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él;
convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde
tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así la ha escrito el
Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las
ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo
Israel”. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran
el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: “Vayan
y averigüen cuidadosamente por el niño, y cuando lo encuentren avísenme para ir
yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y
de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino
a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de
inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y,
cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron
regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para
que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2,
1-12).
1.
La “Epifanía”
como manifestación de la universalidad del reino de Dios.
La fiesta que en el lenguaje
popular se conoce como de los “Reyes Magos”, cuya fecha tradicional es el 6 de
enero, recibe en la Iglesia el nombre oficial de Epifanía del Señor, y en
varios países, entre ellos Colombia, viene desde hace algún tiempo celebrándose
el domingo inmediatamente posterior al primer día del año. El vocablo griego
epifanía significa manifestación espléndida, y se aplicaba antiguamente a los
reyes que entraban triunfalmente a una ciudad y eran reconocidos por su poder
victorioso.
La Iglesia Católica lo emplea
para celebrar la manifestación de Jesús que iba a ser reconocido como el Mesías
que vendría al mundo para establecer el reinado de Dios, y que iba a ser
reconocido como Señor por todos los pueblos de la tierra. Así lo había predicho
el libro de Isaías unos cinco siglos antes en el texto bíblico de la primera
lectura (Is 60, 1-6), de acuerdo con el sentido más profundo del Salmo 72 (71),
que en la Misa de la fiesta de la Epifanía se recita como salmo responsorial.
Este es también el sentido de
lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los
primeros cristianos de Éfeso (Efesios 3, 2-6), al referirse a los “gentiles”
-los que no pertenecen a la raza judía- como igualmente destinatarios de la
acción salvadora de Dios en persona por medio de Jesucristo.
2. El significado
de los “Magos de Oriente” y la estrella que los guía
El texto del Evangelio (Mateo
2, 1-12) no es un relato estrictamente histórico. Pertenece a un género
literario llamado en hebreo “midrash”: una narración con fines didácticos. La
enseñanza que corresponde al relato de los “magos” (más exactamente sabios
estudiosos de las estrellas), que no dice que fueran reyes (aunque los textos
bíblicos mencionados del Antiguo Testamento parecen darlo a entender), ni que
fueran tres (aunque tres son los dones que ofrecen), ni cuáles eran sus
nombres, razas o nacionalidades (aunque se indica que vienen “de Oriente”),
consiste en una invitación a reconocer la epifanía o manifestación poderosa del
comienzo del reinado universal de Dios en el misterio de la Encarnación, desde
el comienzo de la vida de Jesús en la tierra como luz del mundo, a quien
simboliza la estrella que los guía hacia Belén.
Los nombres de Gaspar, Baltasar
y Melchor, mencionados en un Evangelio apócrifo (no reconocido por la Iglesia),
escrito en el siglo II d.C. y atribuido al apóstol Bartolomé, aparecen también
en un Códice de la Biblioteca de París, entre los siglos V y VII d.C. Sus
características raciales fueron atribuidas en el siglo XVI teniendo en cuenta
la narración del libro del Génesis que se refieren a los hijos de Noe: Sem,
antepasado originario de los asiáticos, es representado por Gaspar; Cam,
antepasado de los africanos, por Baltasar; y Jafet, antepasado de los europeos,
por Melchor.
La estrella se ha explicado de
diferentes maneras. Johannes Keppler dice en 1606 que fue un fenómeno
astronómico debido a la conjunción de la Tierra con Saturno y Júpiter. Para la
Iglesia se trata de un símbolo de la luz divina que guía a todos los pueblos
para que reconozcan en Jesús al Señor del universo.
3. El
significado de los dones ofrecidos a Jesús.
Es significativa la descripción
de los dones. Además de anunciar simbólicamente lo que ocurriría en el
transcurso posterior de la historia de la humanidad, cuando los poderosos y los
sabios de este mundo se postrarían para reconocer y adorar en el humilde niño
Jesús al Rey del Universo, los dones de oro, incienso y mirra han sido interpretados
como signos respectivamente de la realeza, la divinidad y la humanidad de
Jesús. (La mirra se empleaba en los ritos funerarios orientales para embalsamar
los cuerpos, lo cual da pie para simbolizar con ella la humanidad mortal de
Jesucristo).
Acojamos la enseñanza que nos trae el relato
evangélico de la Epifanía del Señor, siguiendo como los magos la estrella que
nos conduce a reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas, y abriéndole los
cofres de nuestros corazones para ofrecerle todo lo que somos y tenemos, de
modo que Él reine de verdad en cada uno de nosotros y en los ambientes en los
que transcurre nuestra existencia: en nuestros hogares, en nuestros lugares de
trabajo, en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero.-