Homilía Dominical
Noviembre 04 de 2012
Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
El amor a Dios y a los hermanos
• Lecturas:
- Deuteronomio 6,
2-6
- Carta a los
Hebreos 7, 23-28
- Marcos 12, 28-34
· San Ignacio de
Loyola, un sabio maestro de la vida espiritual, recomienda que al comenzar un
tiempo de oración, se haga una composición de lugar, que es imaginarse la
escena en la cual se desarrolla nuestra meditación (personajes, situaciones,
experiencias); este ejercicio de la imaginación ayuda a recogernos
interiormente, concentrar los sentidos y superar las distracciones.
· Pues bien, al
comenzar esta meditación dominical, los invito a que hagamos una composición de
lugar colectiva; imaginemos que estamos caminando despreocupadamente por un
centro comercial. Vemos que estudiantes de la carrera de Comunicación
entrevistan a los visitantes de ese lugar público; se nos acerca uno de esos
jóvenes, y amablemente nos pregunta si queremos colaborarle en un estudio que
está haciendo; suponiendo que se trata de alguna tarea pedida por el profesor
de Mercadeo, aceptamos ser entrevistados. Pero, para nuestra sorpresa, la
pregunta que nos hace nada tiene con ver con nuestras preferencias sobre
determinados productos del mercado; el joven aprendiz de comunicador social nos
pregunta: “¿Podría decir, en pocas palabras, qué es para usted lo más
importante de su fe cristiana?”. Jamás esperaríamos este tipo de preguntas en
un centro comercial… Imaginemos que nos hacen esta pregunta. ¿Qué
responderíamos? Ciertamente se nos ocurrirían algunas cosas sobre las
enseñanzas de Jesús, su liderazgo, su preocupación por los más pobres, haríamos
alguna referencia a su pasión y muerte… Pero nos sentiríamos en serias
dificultades para exponer, de manera sintética, lo nuclear de la experiencia
cristiana.
· Después de hacer
esta composición de lugar, los invito a que releamos las primeras frases del
evangelio que acabamos de escuchar; allí se transcribe la respuesta de Jesús a
una pregunta formulada por uno de los escribas que lo escuchaba: “¿Cuál es el
primero de todos los mandamientos? Jesús le respondió: El primero es: Escucha,
Israel; el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún
mandamiento mayor que éstos”.
· Jesús expresa,
en una síntesis formidable, lo esencial de la experiencia religiosa de la
tradición judeo – cristiana, y logra articular la experiencia de la fe y la
forma de actuar en la vida diaria. Según las palabras del Señor, el amor es el
factor diferenciador de la relación que Dios ha querido establecer con la
humanidad; en un primer momento, Dios quiso establecer una relación
especialísima – la Alianza – con una comunidad particular en un rincón olvidado
del mundo; ese designio salvífico se abre a todas las culturas gracias a la
muerte y resurrección de Jesucristo.
· Cuando el
Maestro nos habla del amor a Dios y a los hermanos como el principio inspirador
de todas nuestras acciones, no quiere comunicarnos un mensaje puramente
emocional, que tendría la duración efímera de una llama al viento…
· No se trata de
un sentimiento. El libro del Deuteronomio, cuyo texto escuchamos en la primera
lectura, nos explica que esa relación exclusiva entre Dios y el pueblo tenía
tal fuerza que transformaba todos los campos de actividad: los ritos
religiosos, la vida familiar, la afectividad, los negocios, etc. Este amor
exclusivo pedía expresarse en todos los momentos de la vida personal y social.
· Jesucristo es el
clímax de la automanifestación de Dios a la humanidad. En sus momentos de
oración, Él se dirigía al Padre utilizando la palabra Abbá, que es la forma
íntima y familiar de decir papá; al enseñarnos la oración del Padrenuestro, nos
pide que nos dirijamos al Padre usando esa misma palabra, con lo cual las
relaciones entre el Creador y la creatura adquieren una coloración
absolutamente diferente, teñidas por la confianza y la ternura.
· El primer
mandamiento del amor a Dios, que es el principio inspirador de toda la
organización religiosa, familiar, económica y social, es inseparable del
segundo mandamiento, el amor al prójimo. Ahora bien, el amor al prójimo no
puede reducirse a unas cuantas acciones para tranquilizar la conciencia ante el
desgarrador espectáculo de pobreza y exclusión. El amor al prójimo que nos pide
Jesús debe expresarse en estructuras jurídicas, económicas y sociales que
garanticen el cumplimiento de los derechos humanos fundamentales. No creamos
que podremos cumplir con este segundo mandamiento organizando unas cuantas
jornadas de ayuda a los niños pobres con fines simplemente asistencialistas. La
exigencia es mucho más rigurosa, pues hay que crear las condiciones para que la
dignidad sagrada del ser humano sea respetada.
· Este mandamiento
del amor al prójimo, que es inseparable del amor a Dios, nos pide acercarnos,
con un espíritu diferente, a las políticas económicas que buscan el desarrollo
de un país; este doble mandamiento del amor nos ayuda a comprender a los seres
humanos como sagrados en su dignidad, y no simples piezas dentro de una
compleja maquinaria de producción y de consumo:
-
De ahí la enorme importancia que hay que dar a la
formación de los dirigentes de un país, que deben tener una sólida formación
humanística y ética, que les permita ver más allá de los indicadores
macroeconómicos para estar en sintonía con los seres humanos que se ocultan
detrás de esas cifras y comprender sus luchas, dolores y proyectos.
-
Por eso es tan importante que se levanten voces
críticas que hablen por los que no tienen voz y que hagan visibles a los
excluidos que muchas veces son ignorados por quienes toman las grandes
decisiones.
-
El amor a Dios y a los hermanos, elemento central del
seguimiento de Jesucristo, nos invita a trabajar por la construcción de un país
tolerante, respetuoso de la diversidad y que busca la inclusión de todos sus
ciudadanos.
· Que esta
eucaristía dominical nos ayude a comprender que el factor diferenciador del
Cristianismo es el amor a Dios y a los hermanos, que se expresa a través de
acciones concretas de solidaridad.