Homilía Domingo 22 De Julio 2012
Por Fray Nelson Medina. O.P.
1.1.
Hoy damos la
palabra a san Agustín de Hipona, llamado con razón el "Doctor de la
Gracia", por su admirable y extensa exposición del amor divino y su obra
redentora en nosotros.
1.2. En efecto, tanto la primera lectura como el evangelio
de este domingo traen a nuestra mente la imagen del pastor y de pastorear. Y
hay un texto clásico en san Agustín, sobre este tema vital; es su sermón 46 "sobre los pastores". De él
tomamos lo que sigue. La numeración es nuestra.
2. El nombre y la realidad.
2.1 Ya que hay pastores a quienes les gusta que les llamen pastores, pero que no quieren cumplir con su oficio, tratemos de examinar lo que se les dice por medio del profeta. Vosotros escuchad con atención, y nosotros escuchemos con temor.
2.2 Me vino esta palabra del
Señor: "Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza
diciéndoles." Acabamos de escuchar esta lectura; ahora podemos comentarla
con vosotros. El Señor nos ayudará a decir cosas que sean verdaderas, en vez de
decir cosas que sólo sean nuestras. Pues, si sólo dijésemos las nuestras,
seríamos pastores que nos estaríamos apacentando a nosotros mismos, y no a las
ovejas; en cambio, si lo que decimos es suyo, él es quien os apacienta, sea por
medio de quien sea. Esto dice el Señor: "¡Ay de los pastores de Israel que
se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los
pastores?" Es decir, que no tienen que apacentarse a sí mismos, sino a las
ovejas. Ésta es la primera acusación dirigida contra estos pastores, la de que
se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas. ¿Y quiénes son ésos
que se apacientan a sí mismos? Los mismos de los que dice el Apóstol: Todos sin
excepción buscan su interés, no el de Jesucristo.
2.3. Por nuestra parte,
nosotros que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir
una peligrosa cuenta, y en el que nos puso el Señor según su dignación y no
según nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas completamente
distintas: la primera, que somos cristianos, y, la segunda, que somos obispos.
Lo de ser cristianos es por nuestro propio bien; lo de ser obispos, por el
vuestro. En el hecho de ser cristianos, se ha de mirar a nuestra utilidad; en
el hecho de ser obispos, la vuestra únicamente.
2.4. Son muchos los cristianos
que no son obispos y llegan a Dios quizás por un camino más fácil y moviéndose
con tanta mayor agilidad, cuanto que llevan a la espalda un peso menor.
Nosotros, en cambio, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir a
Dios cuentas de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar
cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio.
3.
Cuidar de los
débiles y pequeños.
3.1. "No fortalecéis a las ovejas débiles", dice
el Señor. Se lo dice a los malos pastores, a los pastores falsos, a los
pastores que buscan su interés y no el de Jesucristo, que se aprovechan de la
leche y la lana de las ovejas, mientras que no se preocupan de ellas ni piensan
en fortalecer su mala salud. Pues me parece que hay alguna diferencia entre
estar débil, o sea, no firme -ya que son débiles los que padecen alguna
enfermedad-, y estar propiamente enfermo, o sea con mala salud.
3.2. Desde luego que estas ideas que nos estamos esforzando
por distinguir las podríamos precisar, por nuestra parte, con mayor diligencia,
y por supuesto que lo haría mejor cualquier otro que supiera más o fuera más
fervoroso; pero, de momento, y para que no os sintáis defraudados, voy a
deciros lo que siento, como comentario a las palabras de la Escritura. Es muy
de temer que al que se encuentra débil no le sobrevenga una tentación y le
desmorone. Por su parte, el que está enfermo es ya esclavo de algún deseo que
le está impidiendo entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo.
3.3. Pensad en esos hombres que quieren vivir bien, que han
determinado ya vivir bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males,
como están preparados a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un
cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el
mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras,
pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se
les echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que aman el mundo y que
por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y
enfermos, puesto que, por obra de su misma enfermedad, y como si se hallaran
sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena.