Homilía Dominical
23 de Septiembre
de 2012
Por: Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Los
discípulos, que se demoraron más de lo conveniente en entender esta dinámica de
la salvación que nos ofrece Dios en Jesús, discutían, sobre quién de ellos era
el más importante, mientras el maestro les hablaba de su pasión; de manera que
Jesús tiene que decirles:
“Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y
servirlos a todos”.
Cosa que
todavía hoy no hemos podido entender. Casi, como los discípulos, habría que
decir de nosotros y de nuestra sociedad que “no entendían lo que les decía, y
tenían miedo de preguntarle”.
Nuestros
criterios están en contradicción con los criterios de Jesús y no nos inquieta
ni poquito seguir funcionando en una sociedad, en una familia y en una Iglesia
en la que ser el primero no es hacerse servidor y último. ¡Ni más faltaba!
dirán algunos. Ni siquiera se nos ocurre que esto puede tener aplicaciones
prácticas en nuestras relaciones cotidianas. Seguimos apegados a las
estructuras de poder y de mando que vino a renovar el Señor con su palabra y,
sobre todo, con su ejemplo de vida. Por eso, “puso un niño en medio de ellos, y
tomándolo en brazos les dijo:
–El que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el
que me recibe a mí, no solamente a mí me recibe, sino también a aquel que me
envió”.
De una
manera práctica, en nuestra vida ordinaria, en nuestras discusiones sobre quién
es el más importante, debería guiarnos aquello que el P. Javier González, S.J.,
le recomendaba a Luis Fernando Múnera, S.J., cuando era un joven maestrillo:
“Piensa en
lo que pierdes cuando ganas algo; y piensa en lo que ganas cuando pierdes
algo”.
Siguiendo las
enseñanzas de Jesús, tenemos la certeza de que a veces es mejor perder como la
Caña frente al Olivo, o como el junco frente a la piedra...
Esopo, el conocido fabulista griego, cuenta que “una
Caña y un Olivo disputaban sobre sus respectivas fuerzas, y éste con
socarronería le dijo a la otra: –«Hablas de resistir y de poder, cuando el más
débil soplo de viento te bambolea y humilla. Aprende de mí, que ni aun muevo
mis ramas cuando tu te doblegas.»– La mísera Caña calló a estas razones, y se
armó de paciencia hasta que viniese el huracán más próximo. En efecto, llegado
aquel, la Caña se dobló como antes, mientras el Olivo cayó tronchado en tierra.
–«¿Qué es lo mejor ahora, replicó la ofendida levantándose, ceder o resistir?».
De una manera muy parecida, la Madre Laura Montoya, religiosa
colombiana fundadora de las misioneras que conocemos como Lauritas y que fue
beatificada hace algunos años, dice en su autobiografía que tituló Historia de
las Misericordias de Dios en un alma: “Una pequeña diferencia hay entre el
profeta de Nínive y esta pobre Laura y es que yo siempre he tenido el valor del
junco. Observe Padre mío, que las rocas
se oponen a la corriente y cualquier día viene una ola y las derrumba; mientras
que el
junco, ante la borrasca, se inclina y las olas pasan por encima sin
hacerle daño, puesto que pasada la borrasca vuelve a erguirse hermoso y dócil”.
Capilla De Adoración, Parroquia Santa Mónica, Cali, Colombia. Inaugurada El 19 De Septiembre De 2012. Por Monseñor Juan Francisco Sarasti. |