Homilía Dominical
15 de julio de 2012
Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“Les ordenó que no llevaran nada para el camino”
Marcos 6, 7-13
Cuentan que una vez, un padre de una familia
acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de
que éste viera cuán pobres eran las gentes del lugar. Estuvieron por espacio de
un día y una noche en la casa de una familia campesina muy humilde.
Compartieron con ellos las comidas y el descanso. Al concluir el viaje y de
regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: "¿Qué te pareció el
viaje?". "¡Muy bonito papá!". "¿Viste qué tan pobre puede
ser la gente?". "¡Si!". "¿Y qué aprendiste?"
"Vi que nosotros tenemos un perro en casa,
ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega de una pared a la
mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos
unas lámparas importadas en la sala, ellos tienen millones de estrellas que
titilan toda la noche. Nuestro patio llega hasta la pared de la casa del
vecino, ellos tienen todo un horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para
conversar y estar en familia; tú y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y
casi nunca los veo". Al terminar el relato, el padre se quedó mudo... Y su
hijo agregó: "¡Gracias Papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a
ser!".
Hace algunos años, en las calles de Bogotá se
vendió a montones un libro titulado: "Padre rico, padre pobre",
que ha dado mucho qué pensar a los que viven para trabajar y no trabajan
para vivir... Numerosas personas en nuestra sociedad no paran de buscarse
los medios para disfrutar de una vida cada vez más cómoda, pero nunca llega el
momento de detenerse a descansar y a disfrutar de lo que se tiene... Este libro
presenta la idea de hacer del dinero sólo un medio para vivir mejor, y no un
fin que se convierte en ídolo y nos esclaviza. A este propósito, don Alfredo,
un habitante del barrio El Dorado, donde viví hace algún tiempo, me decía un
día: "Padre, yo me doy el lujo de ser pobre..." Y no le falta razón,
pues vive pobremente su ancianidad, pero dedicado a leer libros que siempre
había querido leer, y gozando de la vida familiar, como nunca antes lo había
hecho…
Jesús envía a sus discípulos de dos en dos y les
da unas instrucciones muy precisas: "Les ordenó que no llevaran nada para
el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar bolsa ni pan ni dinero.
Podían ponerse sandalias, pero no llevar ropa de repuesto". En estas
condiciones de pobreza radical, el ser humano se abre a lo que le llega de una
manera inesperada. Cuando nos apoyamos sólo en los medios para realizar nuestra
misión, no somos capaces de descubrir una infinidad de riquezas que nos han
sido regaladas por Dios con una generosidad infinita.
Predicar en pobreza es predicar la misma pobreza
evangélica y la vida sencilla. La vida misma del apóstol se hace predicación.
En un contexto como el nuestro, en el que los medios son cada vez más
abundantes, no deja de incomodar y de resultar casi escandalosa esta
invitación. Pero Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte en cruz, nos
propuso un estilo de vida austero que nos enriquece con su pobreza y nos abre
una infinidad de posibilidades que no alcanzamos a imaginar. Como el niño rico que fue de paseo al
campo, podremos apreciar la riqueza de una amistad, un paisaje, un beso, una
sonrisa… Algún día sabremos lo ricos que podemos llegar a ser.