Homilía Dominical
Agosto 4 de 2013
(Lc 12, 13 – 21)
“Guárdense
de toda clase de codicia”
Por: José Martínez De
Toda, S.J.
El Evangelio del domingo de hoy presenta el reclamo de:
1. Uno que tenía dificultades de cobrar una herencia.
2. También presenta a un avaro.
¿Qué opina Jesús de ellos? Escuchémoslo:
Lectura del santo evangelio
según San Lucas
(Lc 12, 13 – 21)
NARRADOR
–
En aquel tiempo
dijo uno del público a Jesús:
UNO DEL PÚBLICO
–
Maestro, dile a mi hermano
que reparta conmigo la herencia.
NARRADOR
–
Él le contestó:
JESÚS
–
Hombre, ¿quién me
ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?
NARRADOR
–
Y dijo a
la gente:
JESÚS
–
Miren,
guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes.
NARRADOR
–
Y les
propuso esta parábola:
JESÚS
–
Un hombre rico
tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo dónde
almacenar la cosecha”. Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los
graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el
resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mi mismo:
Hombre, tienes bienes
acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Necio,
esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?"
Así será el que amasa riquezas
para sí y no es rico ante Dios.
Pregunta 1
– A todos nos
gusta el dinero. ¿Cuándo hay que decir ‘Basta’?
Algunos dirán ‘Nunca’. Jesús nos hace pensar, cuando
uno del público le dice:
-
“Maestro, di a mi
hermano que parta conmigo la herencia” (v. 13).
Jesús lo remite directamente a los jueces y rabinos,
encargados de dirimir esos casos legales: “¿Quién me puso por juez sobre
ustedes?” (v. 14).
Pero aprovecha esa oportunidad para enseñarle no sólo
a aquel hombre, sino a todos los que le escuchan:
“Miren, guárdense de toda avaricia” (v. 15).
La avaricia es la raíz de muchos males, como la
desunión entre hermanos, la explotación de los más débiles.
La avaricia le cierra los ojos a uno, y lo hace muy
egoísta. “La avaricia rompe el saco”.
Y Jesús lo explica con el ejemplo de “El avaro de la
gran cosecha”.
Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y se dijo:
"Construiré unos graneros más grandes, y me diré: Hombre, tienes bienes
acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida". Pero
Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado, ¿de quién será?"
Este hombre rico quizá obtuvo su riqueza de una forma
honesta. Pero se le ve solo. Solo habla consigo mismo. En el evangelio usa la palabra “Yo” seis veces y la palabra
“mi” cinco veces. Sólo se fija en sí mismo.
Por ejemplo, no se le ocurre dar gracias a Dios por
esta cosecha tan abundante.
Tampoco piensa en ayudar con ella a los demás: dar un
buen bono o una paga extra a su mano
de obra, hacer un proyecto de servicio a
la comunidad… No hace como José, el hijo de Jacob, que en Egipto ante una
gran cosecha abre nuevos graneros y almacena el trigo para ayudar a los demás en tiempo de escasez.
Nuestro rico se parece al rico epulón que ignora al
mendigo Lázaro.
Sólo piensa en los “muchos años” (v. 19) que espera
vivir, pero no sabe que le quedan pocas horas de vida (v. 20). Hasta se olvidó
del dicho: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.
Pregunta 2
– ¿Esta
parábola se refiere en general a los millonarios?
No se aplica solo a ellos.
El problema no es ser rico, sino ser avaro y egoísta
con su dinero.
Y la pobreza no le hace a uno inmune a la avaricia.
Uno puede manejar un lujoso carro y ser generoso con
los demás, mientras que otro que sólo puede viajar en bus por ser pobre, se
guarda avariciosamente sus galletas para sí, y no las comparte con ese niño
hambriento.
La cuestión aquí no es ser dueño de posesiones, sino
que las posesiones no sean dueñas de nosotros. La riqueza crea avaricia, y su
mayor prioridad es ser más rico aún. Todos pensamos encontrar seguridad en la
riqueza. Pero la fe en las posesiones disminuye la fe en Dios. Aquí está la
“Historia de una obsesión”
Un predicador, al comenzar un sermón, vio que una
mujer comenzaba a llorar. Entusiasmado por su impacto, siguió predicando con
más fervor. Y cuanto más predicaba, más lloraba la señora.
Terminó el sermón, y era el momento de dar los
testimonios. El predicador señala a la señora, preguntándole qué parte del
sermón le había impresionado más. Ella dudaba, pero el predicador insistía. Por
fin la señora explicó:
-
Mire, el año
pasado se me murió el chivo, lo más importante que yo tenía. Lloré mucho por
él, hasta que poco a poco me olvidé de él. Pero, de pronto, en la iglesia ví a
usted que salía a predicar con esa barba, que se parece a la de mi chivo. Y
todavía lloro, cuando me acuerdo de él. Pero no me acuerdo de nada de lo que
usted dijo.
Así le pasó al que está preocupado por la herencia no
cobrada. Seguro que no recuerda nada de lo que dijo Jesús aquel día. Tiene los
oídos sordos.
Y Jesús se siente descorazonado, porque después de
predicar tanto y cosas superiores, la primera preocupación de este hombre sigue
siendo cobrar la herencia, aunque pelee con su hermano.
Pregunta 3
– Pero aquel
hombre sólo pide justicia.
– ¿Es que el
‘Maestro’ no se preocupa de la justicia?
Por supuesto. Jesús no está en contra de que cobre la
herencia ni apoya la injusticia del hermano.
Pero la avaricia puede venir bajo capa de justicia y
equidad. Por eso Jesús nos advierte sobre todo tipo de avaricia: descarada o
sutil, consciente o inconsciente, y sobre toda cola serpentina disfrazada de
justicia y corrección.
He aquí otro caso de obsesión, causada por la
avaricia.
“El oro adquirido sin esfuerzo”
Cuentan que Buda tuvo que refugiarse en la cabaña de
un pescador a causa de una tormenta. El pescador, que no sabía quién era su
huésped, le ofreció una humilde cena y una cama. A la mañana siguiente, al
despedirse, Buda le dijo quién era, le dio las gracias por la hospitalidad y le
dijo que le pidiera lo que quisiera.
-
"Quiero
oro", le dijo el pescador. Preocupado, Buda le aconsejó:
-
"El
oro adquirido sin esfuerzo es una maldición, no una bendición. Te enseñaré por
tanto la manera de adquirirlo. En la playa, en frente de tu casa, hay una
piedra mágica. Si la encuentras y tocas con ella un trozo de acero, éste se
convertirá en oro.
El pescador, que llevaba una pulsera de acero, se puso de
inmediato a buscar la piedra mágica. Tocaba su pulsera con las piedras y las
lanzaba al mar. El ansia del oro no le permitía descansar ni fijarse bien en lo
que hacía. Y así fue lanzando todas las piedras al mar.
Finalmente, miró su pulsera y, oh sorpresa, se había
convertido en oro. Pero, ¿dónde estaba la piedra mágica? La había lanzado al
fondo del mar. (Félix Jiménez, escolapio).
La piedra mágica se había perdido en el frenesí
avaricioso de encontrarla y hacerse rico. La piedra que transforma la vida
entera en el oro de la felicidad es vivir con y para los demás desde el único
mandamiento de Dios, el del amor.
La seguridad verdadera viene de hacerse rico ante Dios.
¿Cómo se hace uno rico ante Dios? Dando a los más
necesitados.
Despedida
Les invitamos a la Eucaristía, sacramento del amor. Ahí
Jesús nos invita a volar sobre los egoísmos y hacer que el amor a los demás sea
la primera en nuestras vidas, como fue en la de Jesús.