Homilía Dominical
06 de Octubre de 2013
Por:
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Reavivemos el don de Dios
que hemos recibido
Lecturas:
Profeta
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
II Carta de
san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
Lucas 17,
5-10
En esta
meditación dominical, quiero invitarlos a centrar nuestra atención en el
mensaje que nos comunica san Pablo en su Segunda Carta a Timoteo. Antes de
analizar el contenido de este mensaje y sus implicaciones para nosotros,
digamos una palabra sobre el destinatario.
Timoteo era
uno de los más cercanos colaboradores de san Pablo en su actividad misionera;
era hombre de absoluta confianza porque había mostrado una total dedicación a
la propagación de la Buena Noticia del Resucitado.
Su nombre
aparece:
- 6 veces en
el libro de los Hechos de los Apóstoles,
- 17 veces en
las Cartas de san Pablo,
- 1 vez en la
Carta a los Hebreos,
- y es el
destinatario de 2 de las Cartas del apóstol.
Esto nos
muestra la importancia de este personaje en la Iglesia Apostólica. Pablo lo
había consagrado obispo de Éfeso. Timoteo era hijo de una mujer judía creyente
y de padre griego; esto significa que recibió el influjo de las dos culturas,
la judía y la griega, lo cual le permitió desarrollar una sensibilidad especial
para desempeñar su ministerio en dos contextos culturales diferentes, que se
entremezclaban en la ciudad de Éfeso, cuya Iglesia local presidía.
¿Qué es lo que
más nos llama la atención de las palabras que san Pablo dirige a su discípulo
Timoteo? Pablo motiva a Timoteo a seguir, con renovado entusiasmo, su
ministerio evangelizador. Cuando hablamos de motivación, no queremos sugerir
que Timoteo estuviera desanimado en su ministerio ni que estuviera atravesando
una crisis particular. Lo que hace Pablo es traer a la memoria la profunda
experiencia de fe que ha vivido Timoteo y que le transformó la vida:
“Recuerda el don de Dios que recibiste.
No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor.
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio.
Ten delante la visión que yo te di.
Guarda este tesoro”.
Timoteo ha tenido la oportunidad excepcional de
formarse junto a Pablo; ha compartido sus enseñanzas y ha sido su confidente.
En
concordancia con el mensaje de san Pablo a Timoteo, vivamos esta Eucaristía
dominical como una motivación para asumir nuestras tareas y responsabilidades
con renovado entusiasmo.
Invito a los
jóvenes que participan en la Eucaristía a que se comprometan con la
transformación de nuestro país aportando su energía, su frescura, su optimismo.
Nuestro país está cansado de la guerra; necesita el aporte de los jóvenes que
cierren el pasado de violencia e intolerancia, y se abran a la reconciliación.
Invito a los
padres de familia que participan en esta Eucaristía a no renunciar a sus
responsabilidades como educadores en los valores. Ciertamente, el ambiente que
nos rodea es adverso; los mensajes que nos bombardean continuamente están
inspirados en un modelo materialista de sociedad. Lo peor que pueden hacer los
padres de familia es cerrar los ojos y guardar silencio. Los niños y jóvenes
necesitan unos padres que les transmitan unos valores claramente definidos, que
tengan unas fronteras inconfundibles que separen lo honesto de lo deshonesto,
que establezcan límites, que rodeen a sus hijos de amor y no de regalos
materiales.
Invito a los
profesionales aquí presentes a que asuman su servicio a la sociedad sin egoísmo
ni mediocridades, y que den lo mejor de sí; que no se conformen con los mínimos
del simple cumplimiento sino que aporten a la sociedad la excelencia de sus
servicios profesionales. Nuestra sociedad se ha vuelto cada día más egoísta, y
ha perdido la noción del bien común. Con frecuencia nos sentimos desmotivados
ante la desoladora constatación de que las prácticas deshonestas y la “mordida”
se han convertido en una costumbre socialmente aceptada.
Así como san
Pablo le dice a su discípulo Timoteo “reaviva el don de Dios que recibiste”,
los invito a reavivar los ideales de construir un país diferente, justo e
incluyente, donde los corruptos son castigados por la Ley y censurados por la
sociedad.
Invito a los
agentes evangelizadores – obispos, sacerdotes, catequistas y laicos que
trabajan en la Iglesia - a escuchar con atención el mensaje de renovación que
nos transmite el Papa Francisco, quien nos motiva a redescubrir la frescura
original de las primeras comunidades cristianas, despojadas de poder y de
estructuras burocráticas.
El Papa
Francisco
está
trasformando la vida de la Iglesia.
Su mensaje no
sólo es escuchado con atención por los miembros de la Iglesia Católica, sino
que está tocando el corazón de hombres y mujeres de muy distintas experiencias
de espiritualidad y aun de agnósticos. Estamos viviendo un nuevo Pentecostés de
renovación.
Al terminar
la Eucaristía dominical, regresemos a nuestros hogares renovados interiormente.
Dejemos que resuenen en nuestro interior las estimulantes palabras de san Pablo
a su discípulo Timoteo, obispo de la ciudad de Éfeso:
“Reaviva el don de Dios que recibiste.
No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor”.
Ese don de
Dios lo recibimos inicialmente en el bautismo y se va enriqueciendo en la
medida en que fortalecemos nuestra vida interior mediante la oración y la
participación en los sacramentos de la Iglesia.