Homilía Dominical
7 De Abril De 2013
Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Abramos nuestro corazón al Resucitado
Los textos
litúrgicos del tiempo de Pascua nos relatan diversos encuentros de los
discípulos con el Señor resucitado. A través de estos diálogos, los discípulos
comprenden el plan de salvación y el sentido de sus palabras y acciones, su
propuesta del Reino, el sacrificio en la cruz y su presencia en medio de la
comunidad hasta el fin de los tiempos.
Los autores
del Nuevo Testamento dejan constancia de algunos de estos encuentros de los
discípulos con el Resucitado; pero, como lo afirma el evangelista Juan, “otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en
presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se
escribieron estas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”.
• Hay una
diferencia fundamental entre la resurrección de Jesucristo y los milagros que
Él hizo con Lázaro o con el hijo de la viuda de Naín; las palabras de Jesús
devolvieron la vida a estos personajes, quienes se reintegraron a sus grupos
familiares.
La
resurrección de Jesús es absolutamente diferente, ya que no regresa a este
mundo, sino que pasa a una vida diferente. Su cuerpo es glorificado y es
constituido Señor del universo.
Como nuestra
razón y nuestro lenguaje están condicionados por el espacio y el tiempo, esta
realidad nueva del Resucitado escapa a nuestras categorías humanas.
• Como ha sido
tan brutal la experiencia de la pasión y muerte del Señor, los discípulos
tienen dificultad para aceptar el hecho de la resurrección; han quedado tan
aturdidos por este cataclismo de violencia que su escepticismo es comprensible;
no dan crédito a lo que describen las mujeres y Tomás descalifica lo que le
cuentan sus compañeros.
• El texto
evangélico de éste domingo nos narra dos experiencias del resucitado vividas
por los discípulos, una sin el apóstol Tomás y otra cuando éste se incorporó al
grupo. Estas dos apariciones están separadas por una semana:
- En las dos
escenas se dice que las puertas de la casa estaban cerradas. Era la reacción
natural de unas personas que habían perdido a su líder y maestro, y que estaban
atemorizadas porque no sabían qué les esperaba.
Ahora bien, más allá de esta reacción, hay un mensaje
teológico significativo: es Jesús que sale al encuentro de sus discípulos,
quienes estaban bloqueados por el miedo; el Señor es quien toma la iniciativa;
así ha sido a lo largo de toda la historia de la salvación; el Señor es quien
invita; la fe es un don de Dios; depende de nuestra libertad decir SÍ o decir
NO.
En estas celebraciones pascuales, pidámosle al Señor la
gracia de abrirnos a su invitación, superando nuestros temores e inseguridades.
- En las dos
apariciones – sin el apóstol Tomás y con él -, el Señor les dice: “La paz esté
con ustedes”.
No
interpretemos estas palabras como un saludo de cortesía para tranquilizar a los
discípulos en medio de la zozobra que los agitaba; la paz que les anuncia el
Resucitado es su regalo; es el anuncio de que seguirá con ellos hasta el fin de
los tiempos; la paz que comunica Jesús se fundamenta en la certeza de la
resurrección, que llena de luz y coherencia lo que hasta entonces parecía una
pesadilla.
• Es muy interesante el diálogo del Resucitado con Tomás, el escéptico:
“Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae aquí tu mano, métela en mi costado
y no sigas dudando”.
• En nuestra época, hay muchos factores que favorecen el
escepticismo y que nos impiden descubrir a Dios en medio de los
acontecimientos; uno de los principales es el escándalo del mal en todas sus manifestaciones
(el sufrimiento de los inocentes, las guerras, las injusticias).
El dolor en el mundo endurece nuestros corazones y nos impide ver al
Señor Resucitado, que entregó su vida para que nosotros la tengamos en
abundancia. En medio de las contradicciones del mundo, Jesús resucitado es luz
en medio de la oscuridad y palabra que sana nuestras heridas.
Pidamos al Señor que en esta Pascua descubramos su presencia viva y
operante en la Palabra, en los sacramentos de la Iglesia y en nuestros
hermanos; que podamos proclamar con Tomás: “Señor mío y Dios mío”.