Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
El Evangelio nos trae hoy el mandamiento que
Jesús les dio a sus primeros discípulos durante la cena en la cual instituyó la
Eucaristía. Este mandamiento, que aparece tres veces indicado explícitamente en
el Evangelio de Juan (13, 34; 15, 12; 15, 17) constituye el núcleo de las
enseñanzas de Jesucristo. Ahondemos en su significado, teniendo también en
cuenta los demás lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles , Salmo, y 1ª Juan.
1. “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a
mí”
El significado del mandamiento del amor -Ámense
los unos a los otros como yo los he amado- nos remite ante todo a la
vivencia de Dios como un Padre que nos ama infinitamente, y que a través de su Hijo
nos comunica lo que es Él mismo en su propia esencia: “Dios es amor”,
dice el mismo apóstol y evangelista Juan en la segunda lectura, no dando una
definición -porque el Infinito no puede ser definido-, sino intentando expresar
así lo que en el lenguaje humano puede describir mejor el ser de Dios que se
manifiesta en su acción salvadora.
Toda la vida terrena de Jesús fue una revelación
de la acción salvadora de Dios como la de un Padre amoroso, misericordioso,
compasivo, bondadoso, completamente distinto de la imagen lejana y regañona que
suelen presentar quienes conciben la relación del Creador con sus criaturas
como la de un amo que oprime a sus esclavos. Lo que Jesús les dice a sus
discípulos al emplear la contraposición entre los siervos y los amigos, implica
en este sentido una elección que es iniciativa suya y no nuestra: “Ustedes
no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes”. Es la misma idea
expresada en la segunda lectura: “En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo…”.
2. “No los llamo siervos… Los llamo mis amigos”
En Jesús se manifiesta la cercanía de Dios como
amigo, sin exclusiones ni discriminaciones, tal como nos lo muestra la primera
lectura en el relato del bautismo del capitán romano Cornelio, quien siendo de
una raza y nación distintas de la judía, fue recibido por el apóstol Pedro, en
nombre del mismo Jesús y del Espíritu Santo, en la primera comunidad cristiana.
Por otra parte, la explicación que en el Evangelio
les da Jesús a sus apóstoles acerca de la forma en que Él se relaciona con
ellos nos remite a la comunicación que se da entre los amigos: “El siervo no
sabe lo que hace su amo. Yo los llamo mis amigos porque les he dado a conocer
todo lo que mi Padre me ha dicho”. En otras palabras: entre los verdaderos
amigos no hay secretos, trastiendas, recovecos ni tapujos, sino una
transparencia total que le permite a cada cual conocer y reconocer al otro como
es. Así se nos manifiesta Dios en Jesucristo, y así espera Él que nosotros le
correspondamos.
San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios
Espirituales que “el amor consiste en la comunicación de las dos partes”,
es decir, en dar y comunicar el uno al otro todo lo que tiene, sin reservarse
nada, superando completamente cualquier forma de egoísmo. Por eso cuando Jesús
llama “amigos” a sus primeros discípulos -y a través de ellos también lo
hace con cada uno de nosotros-, nos está invitando a corresponder de esa manera
a lo que Él nos ha entregado: ¡nada menos que su propia vida!
3. Mi mandamiento es este: que se amen unos a
otros como yo los he amado…”
Nuestra respuesta a Dios que es Amor y que se
nos ha manifestado personalmente en Jesucristo, consiste en amarnos unos a
otros. A primera vista esto no parece lógico. Uno supondría que la respuesta al
amor de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas, y punto. Pero resulta que,
aunque Él mismo se ha revelado en Jesucristo y está cerca y hasta dentro de
nosotros por su Espíritu Santo, no lo vemos, y en cambio a nuestros prójimos
los tenemos a la vista constantemente. Por otra parte, ¿qué mejor muestra de
amor a un padre o a una madre que amar y respetar a sus hijos e hijas? Por eso
es perfectamente lógico que amarnos unos a otros como Dios mismo en la persona
de Jesús nos ha mostrado que nos ama, sea la única forma válida de nuestra
correspondencia al amor de Dios.
Hoy, segundo domingo del mes dedicado especialmente en la
Iglesia Católica a la veneración de la Virgen María -y que coincide con el 13
de mayo, fecha en la cual la Madre de Dios se manifestó a unos humildes
pastores en Fátima- , celebramos el Día de la Madre. El lenguaje bíblico emplea
la imagen de la madre para expresar el amor que Dios nos tiene a sus hijos. Así
lo dijo Dios mismo a través del profeta Isaías “¿Puede una mujer
olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues
aunque alguna lo olvidara, yo nunca te olvidaré” (Isaías 49, 15). “Como
a un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes”
(Isaías 66, 13). Encomendemos a todas las madres en su día, invocando por ellas
la intercesión de María Santísima, modelo de las madres y madre espiritual de
todos nosotros.-