La Ascensión del Señor
Domingo
Mayo 12 de 2013
Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“Ustedes deben dar testimonio de estas
cosas”
Lucas 24, 46-53
En el libro
de Jean Canfield y Mark Victor Hansen, Sopa de pollo para el alma, publicado en
1995, se cuenta una historia parecida a esta: Era una soleada tarde de domingo
en una ciudad apartada de la capital del país. Un buen amigo mío salió con sus
dos hijos a pasear un rato para aprovechar la belleza del paisaje y el aire fresco
de la tarde. Llegaron a las afueras de la ciudad, donde estaba acampado un
pequeño circo que ofrecía sus funciones con mucho éxito. Mi amigo le preguntó a
sus hijos si querían disfrutar del espectáculo aquella tarde.
Los niños, sin
dudarlo, dieron un brinco de alegría y se dispusieron a gozar. Mi amigo se
acercó a la ventanilla y preguntó: –¿Cuánto cuesta la entrada? – Diez mil pesos
por usted y cinco mil por cada niño mayor de seis años – contestó el
taquillero. – Los niños menores de seis años no pagan. ¿Cuántos años tienen
ellos? – El abogado tiene tres y el médico siete, así que creo que son quince
mil pesos – dijo mi amigo. – Mire señor – dijo el hombre de la ventanilla – ¿se
ganó la lotería o algo parecido? Pudo haberse ahorrado cinco mil pesos. Me pudo
haber dicho que el mayor tenía seis años; yo no hubiera notado la diferencia. –
Sí, puede ser verdad – replicó mi amigo – pero los niños sí la hubieran notado.
Dar
testimonio de las cosas de Dios en medio de este mundo, es la tarea que nos
dejó el Señor antes de su Ascensión a los cielos. “Comenzando desde Jerusalén,
ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que
mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta
que reciban el poder que viene del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la
ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendecía. Y mientras los
bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de
adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. (...)”.
En cada
circunstancia de nuestra vida, tenemos que descubrir la mejor manera de dar
testimonio del Señor. No siempre es fácil. Ya sea porque es más cómodo asumir
actitudes distintas a las que se esperan de un seguidor del Señor, o porque
nuestras limitaciones y nuestro pecado nos hacen incapaces para responder con
amor, con perdón, con misericordia. Es especialmente difícil dar testimonio de
las cosas de Dios delante de los que tenemos más cerca. Ellos nos conocen y
saben muy bien dónde nos talla el zapato. En esos casos, tenemos que pedirle a
Dios que nos regale su gracia para ser fieles.
Muchos
hombres y mujeres, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado testimonio
de las cosas de Dios, con su propia vida. A nosotros tal vez no se nos pida
tanto. Pero, ciertamente, podemos escoger el camino fácil de pasar agachados
cuando los demás esperan de nosotros un comportamiento coherente con nuestra
vida cristiana, o asumir las consecuencias que trae el ser discípulos de un
maestro que estuvo dispuesto a dar su vida por los demás, antes de apartarse
del camino que Dios, su Padre, le señalaba.
El Señor nos
dejó como sus representantes aquí en la tierra para continuar su obra en medio
de nuestras familias y de la sociedad en la que vivimos.
Pidámosle que en los
momentos clave, seamos capaces de responder como él lo espera. Porque, aunque
algunos no lo crean, la diferencia sí se nota...