Homilía Dominical
Septiembre 16 de 2012
Por: Jorge Humberto Peláez Piedrahita,
S.J.
Profeta Isaías 50, 5-9
Carta del apóstol Santiago 2,
14-18
Marcos 8, 27-35
• En el evangelio
de hoy, Jesús indaga sobre las percepciones que sobre Él tienen las multitudes
que lo han acompañado en su ministerio, y los apóstoles que han compartido su
cercanía:
“¿Quién dice la
gente que soy yo? Y ustedes, ¿qué dicen que soy yo?”. Las preguntas de Jesús
son muy interesantes porque quiere saber sobre las percepciones que se han
formado dos grupos diferentes, las multitudes y sus más cercanos colaboradores.
Cuando hablamos de
percepciones, estamos reconociendo que la subjetividad tiene un peso grande en
el juicio que se exprese; esto significa que las palabras y acciones de Jesús
fueron leídas de manera muy diferente, pues cada uno de los observadores – por
llamarlos de alguna manera – vio la realidad a través del filtro de su cultura,
de sus convicciones, experiencias previas, etc.
La diversidad de percepciones
queda muy bien consignada en la respuesta dada a la primera pregunta de Jesús: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista;
otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
A la segunda pregunta
(“Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”), Pedro asume la vocería del grupo: “Tú eres el Mesías”.
• Teniendo como
telón de fondo estas dos preguntas sobre percepciones que formula Jesús, focalicemos
nuestra meditación dominical en la importancia que reviste la formación
religiosa y ética que se recibe en la niñez, porque ella marca, de manera
indeleble, la orientación religiosa y ética de la vida como adultos.
• Cuando
hablamos de formación religiosa en el interior de la familia, no pensamos en
lecciones teóricas dictadas por los padres, sino en la iniciación en la fe
dentro de la vida cotidiana y en la celebración de los acontecimientos
familiares. Es la oración sencilla de acción de gracias y de petición; es el acompañamiento del niño para que
descubra a Dios-amor que le ha concedido el regalo de la vida y que quiere que
sea feliz. Juan Pablo II dice que “para el niño apenas hay distinción entre
la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene un valor especial
porque reza la madre”.
• Educar en la
fe es transmitir un mensaje de vida porque se propone al hijo, a través de los
hechos sencillos de la vida diaria, los valores que van a trazar la orientación
futura cuando llegue a la edad adulta.
• Si el niño
vive un proceso de socialización en un cuadro de violencia intrafamiliar, en el
que la ternura y el respeto son los grandes desconocidos, estas carencias
necesariamente impactarán la percepción de Dios y de lo trascendente.
• Si el niño está
inmerso en un mundo en que los valores éticos no cuentan, y en el que no
existen fronteras que separen el bien y el mal, la justicia y la injusticia, lo
honesto y lo deshonesto, le quedará muy difícil elaborar unas posturas éticas
que le permitan aportar a una convivencia civilizada.
• Tomemos, pues,
conciencia de las graves responsabilidades que recaen en nosotros los adultos
respecto a la iniciación de los niños en la fe y en los valores, la cual no se
lleva a cabo mediante discursos sino dando testimonio.
• El texto del
evangelista Marcos deja constancia de la reacción que suscitó Jesús cuando les
anunció los acontecimientos tan duros que tendría que afrontar: “Se puso a explicarles que era necesario que el Hijo
del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al
tercer día”. Pedro quiso disuadir a
Jesús y trató de modificar su agenda, lo cual le valió una dura reprimenda del
Maestro.
• ¿Qué significa
esto para los miembros de la comunidad eclesial? No podemos inventarnos a un
Jesús que se ajuste a nuestros intereses y que coexista con nuestra
mediocridad. El Jesús que nos testimonian los Evangelios y que la Iglesia
anuncia es el Jesús del misterio pascual, que murió en una cruz y a quien el
Padre resucitó de entre los muertos y constituyó Señor del universo, cuyo
seguimiento pide opciones radicales.
Nuestra meditación dominical, ha partido de las
preguntas que hizo Jesús sobre las percepciones que tenían sobre Él las
multitudes que lo seguían y sus más inmediatos colaboradores. Las preguntas
sobre las percepciones nos hicieron tomar conciencia de la huella imborrable
que dejan las primeras experiencias religiosas y éticas que viven los niños en
sus hogares. Estas primeras vivencias deben facilitar el descubrimiento del
misterio de Cristo en toda su riqueza, sin recortes que pretendan mitigar la
radicalidad del compromiso de vida al que nos invita.