La Natividad del Señor
Diciembre 25 de 2011
Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Les deseo a todos y cada uno una feliz Navidad y un año 2012 pleno de las bendiciones del Señor.
Por aquel tiempo el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria, y todos tenían que ir a inscribirse en su propio pueblo. José salió de su pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz.
Allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no hubo lugar para ellos en la posada. Había en la misma comarca unos pastores que dormían en el campo y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en una pesebrera.» Y de pronto se juntaron con aquel ángel muchos otros ángeles del cielo que alababan a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que Él ama» (Lucas 2, 1-14).
La liturgia de la Iglesia nos propone para la fiesta de la Navidad cuatro misas, cada una con diferentes lecturas: el 24 de diciembre la misa vespertina de la vigilia, y el 25 las misas de medianoche, de la aurora y del día. Aquí me referiré sólo a las lecturas para la misa de la medianoche, que puede celebrarse también desde el 24 en la tarde y el mismo 25. Los textos bíblicos de Isaías en la primera lectura (Isaías 9, 1-3.5-6), del apóstol san Pablo en la segunda (Tito 2, 11-14) y del Evangelio según san Lucas (2,1-14), combinan la imagen de la luz y el reconocimiento del Niño Jesús nacido en una humilde pesebrera como el Salvador prometido, con la invitación a continuar disponiéndonos para su venida gloriosa, cuando nos encontremos definitivamente con Él en la eternidad.
1. La relación de la fiesta de la Navidad con el símbolo de la luz
Los Evangelios no señalan la fecha del nacimiento de Jesucristo. La Iglesia comenzó a dedicar un tiempo especial a la conmemoración de la Navidad en el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial del imperio romano con la conversión del emperador Constantino. Desde entonces se empezó a celebrar en Roma una liturgia especial en la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año para proclamar a Jesús nacido como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana del “Nacimiento del Sol Invicto”, correspondiente al solsticio de invierno en el hemisferio norte.
Este es el sentido que desde nuestra fe le damos los cristianos al anuncio profético del libro de Isaías”: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Lo que el libro de Isaías proclamaba refiriéndose al regreso de los israelitas de su destierro en Babilonia en el año 538 antes de Cristo, nosotros lo aplicamos a la manifestación visible de Dios en persona como nuestro Salvador, iniciada hace poco más de dos mil años con el nacimiento de Jesús, cuya acción salvadora ha hecho posible la justicia y la paz en la medida en que acojamos su “Buena Noticia” y pongamos en práctica sus enseñanzas.
2. “La señal: … un niño envuelto en pañales y acostado en una pesebrera”
La “Buena Noticia” -que es lo que significa la palabra griega eu-angelion- es un anuncio gozoso. Por eso, cuando el Evangelio relata cómo se les dio a los pastores de Belén la noticia del nacimiento de Jesús, pone en la voz del ángel o mensajero de Dios la frase “les anuncio una gran alegría”. Esta noticia gozosa se une a la alabanza a Dios y a la proclamación de la paz para todos los seres humanos que quieran recibirla. Tal es el sentido del himno que rezamos o cantamos al inicio de la Misa, tomado del mismo relato evangélico con un especial significado en la fiesta de la Navidad, y que comienza diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Hay además en este relato evangélico un detalle significativo: la señal por la cual puede verificarse la realización de esa Buena Noticia es “un niño envuelto en pañales y acostado en una pesebrera”. En otras palabras, al Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles -no obstante la exclamación “Gloria a Dios en el cielo”, sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él mismo ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Tampoco se le encuentra en el lujo de los palacios, sino en la pobreza de un establo, en la humildad y sencillez de la vida de los pobres que se reconocen necesitados de salvación, representados en María y José, para quienes “no hubo lugar en la posada”, y también representados en los pastores de Belén.
3. “Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos”
Pero la celebración de la Navidad no debe quedarse para nosotros en una mera contemplación. Debe llevarnos al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios, que implica una conducta coherente con nuestra fe en Él. Esto es lo que nos dice la palabra de Dios a través del apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a Tito, uno de sus colaboradores en la proclamación de la Buena Noticia de la acción salvadora de Dios a través de nuestro Señor Jesucristo…
Por eso, si en la fiesta solemne de la Navidad y cada vez que cantamos o rezamos el “Gloria” nos unimos de palabra a la voz de los ángeles para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz en la tierra a todos los seres humanos -que como tales, incluso con nuestras debilidades y limitaciones, somos amados por Dios-, dispongámonos a seguir la exhortación del apóstol Pablo: “llevemos una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo”. Esta manifestación sucederá para cada uno de nosotros cuando llegue el momento de nuestro encuentro definitivo con Él en la eternidad.
Nuevamente Les deseo a todos y cada uno una feliz Navidad y un año 2012 pleno de las bendiciones del Señor.