Domingo, Junio 24 de 2012
Homilías de
Fr. Nelson Medina, O.P.
HOMILÍA
1. La arrogancia de las aguas
1.1. En la Biblia, el agua tiene un significado
ambivalente: a veces trae la muerte, como en el diluvio, pero si ella falta
tampoco es posible la vida. Esta doble relación aparece claramente en el
sacramento del bautismo, que representa a la vez nuestra participación en la
muerte de Cristo, para que estemos muertos al pecado, y en la resurrección de
Cristo, para que vivamos para Dios.
1.2. En general, los hebreos no fueron buenos
navegantes, como sí lo fueron sus vecinos los fenicios. Ante el agua los
hebreos sentían una serie de temores que podríamos describir un poco con
palabras como inseguridad, inestabilidad, fragilidad, impotencia o precariedad.
En ese sentido todos podemos asociar algo de nuestras vidas con la experiencia
del Pueblo de Dios. Cada uno puede preguntarse en qué circunstancias se siente
firme y en qué momentos se siente naufragar.
1.3. En el breve texto de Job es importante destacar
la manera como se describe a las aguas. Ellas son la imagen del poder del caos,
y por eso en el relato del comienzo de la Biblia Dios "separa las
aguas" (Génesis 1,6-7) antes de hacer la "tierra firme" (Génesis
1,9-10). La creación misma es "separar" en el sentido de dar un
orden, ordenar. La anti-creación, la fuerza del mal, consiste en confundir,
crear caos, hacer desparecer la nitidez que trae la Palabra.
1.4. De esta manera, la expresión "arrogancia
de las aguas" refleja ese concepto del límite que Dios pone a todo lo que
trata de ser caos o absurdo en nuestra vida. El desorden queda así limitado y
confinado, de modo que llega a ser parte de un orden superior. El mal se ve
obligado a proclamar el bien.
2. Cristo y la tormenta
2.1. A menudo se predica el evangelio de hoy
diciendo que Cristo calmó la tormenta. Eso vale, por supuesto, si pensamos en
las aguas de ese lago pero no es una descripción del conjunto de lo sucedido. A
mí me gusta decir que Cristo cambió de lugar la tormenta: ya nos son las aguas
las que se agitan: son los corazones de los discípulos.
2.2. Cristo viene a calmar y también a agitar. Trae
respuestas que nos pacifican y preguntas que nos inquietan. Nos hace firmes
pero también sacude nuestra sabiduría convencional. Su palabra refresca y quema
a la vez. Su propuesta es increíblemente sensata y es la mayor locura de amor
que se haya oído en esta tierra.
2.3. Así pues, no miremos a Jesús como
un calmante. Es un profeta también; uno que vino a realizar la verdadera y
profunda revolución, que no es destruir a los malos sino al mal.