EL lago de Galilea
(Lucas)
Por:
Alejandro Londoño Posada, S.J.
Momentos De Crisis En La Vida:
Más de un lector ya
con el sólo título habrá corrido con su imaginación las orillas del Lago de
Galilea. Y estará esperando que transmitamos los diálogos de Jesús con sus
discípulos. Por un momento dejémoslo en el lago con ellos. No tienen afán.
Escuchan al Maestro con atención y cariño. Recordemos primero las vivencias que
nos traen estos sitios.
Pocos lugares tan
bellos para orar como una laguna limpia, en donde se refleja el Creador.
Quizás nos venga a la
memoria alguna tía, que nos llevaba a un Jardín Botánico, donde existía un
pequeño lago. Era no sólo un descanso dominical, sino la aventura de montar en
barca y aprender a remar. Quizás, en otras ocasiones íbamos de paseo a una
represa, en donde admirábamos el ingenio humano, capaz de aprisionar tal
cantidad de agua.
Para quienes vivimos
en Colombia, la visita a la laguna de Tota es un regalo obligatorio. Es revivir
la invitación de los Ejercicios Espirituales de encontrar a Dios en la
naturaleza. Por eso no es raro encontrar bellos lagos en Casas de Retiros,
estilo Foyer de Charité u otras por el estilo. Por supuesto ninguna de estas
experiencias supera la de sentirse en contacto con el Lago Titicaca, que comparten
Bolivia y Perú. Es el más alto y bello del mundo.
Hacia los años 50
aparecieron una serie Vidas de Jesús donde los autores gozaban dibujando
paisajes de Galilea, Con excelente estilo literario, Riccioti, Bover,
Grandmaison, Daniel-Rops y otros más, nos ahorraban las costosas
peregrinaciones de entonces a Tierra Santa y nos pintaban las orillas del Lago
de Galilea.
No es raro que muchas
personas, guiadas de la mano de Ignacio de Loyola, haciendo sus Ejercicios
Espirituales, se hayan esforzado, en las llamadas contemplaciones, por ver a
Jesús paseando junto al lago y llamando a sus discípulos a ser pescadores de
hombres. Coloco las citas, pues vale la pena abrir los evangelios para meditar
y contemplar estas escenas (Mateo 4,18-22; Marcos 1,15-20). Lucas las presenta
en el mismo sitio, pero llamando al lago con el nombre de Genesaret y con los
muchachos en plena pesca (Lc 5,1-11).
Pienso que más de un
lector estará comenzando a recordar otras escenas de aquel lago. Tal vez
aquella cuando lo cruzaban y Jesús dormía bien tranquilo en popa. El lago
estaba tan encrespado que los discípulos se estarían imaginando salir en
primera página de un periódico entre los ahogados. Llenos de susto lo
despertaron y le dijeron: “Señor, sálvanos que nos hundimos” (Mt. 8,25).
Marcos repite la misma escena, con unos discípulos
más groseros: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (Mc 4,38). Lucas,
menos miedosos, pero más escandalosos: “Maestro, maestro, nos hundimos!” (Lc
8,24). En las tres narraciones, Jesús no deja de reprocharles la falta de fe. Y
en ninguna falta la admiración, cuando ordena a la tempestad calmarse: “Quién
es este que manda incluso a los vientos y al agua y le obedecen” (Lc 8,25).
Quizás más de un
lector, habrá recordado momentos en que ha estado en peligro de sucumbir ante
una tempestad.
No estaría por demás,
traer a la memoria momentos de crisis en la vida:
-
por un hundimiento
económico,
-
por un viento de
calumnias
-
o por otras
circunstancias,
-
incluso de tipo
moral.
Y valdría preguntarnos
¿Con qué fe acudimos al Señor que calma los lagos y las tempestades?