Homilía
Dominical
octubre
14 de 2012
Por. P. Alvaro Torres CJM
Textos:
Sabiduría 7, 7-11;
Hebreos 4, 12-13;
Marcos 10, 17- 30
Un segundo obstáculo que
impide el seguimiento de Jesús en su camino a Jerusalén son las riquezas y los
valores de este mundo cuando se anteponen a él. No son malos en sí y son dones
de Dios al hombre. Pero son relativos y no pueden constituirse en fin último.
La primera lectura los hace inferiores a la sabiduría. Van desfilando ante la
mirada y la apetencia del hombre cetros y tronos. El poder en su
máxima manifestación terrena. Luego viene la riqueza, que viene
en forma de piedras preciosas, plata y el otro. Frente a la
sabiduría no son más que barro. Quedan todavía valores que el hombre
aprecia: la salud y la belleza. Conocemos personas que sacrifican
a ellas sus propios tesoros. Esa sabiduría de que habla la Biblia
es una manifestación divina, regalo directo de Dios, comunicación de sí mismo
que permite al hombre ver las cosas del mundo como los ve Dios mismo. Ella es
fuente de los valores y riquezas del mundo. La fuente es
más valiosa que lo que de ella mana. Nada vendría sin la fuente. Esa sabiduría
que es luz, esa que al decir del salmo envuelve a Dios como
un manto (Sal 104, 2).
Cuando
llegamos a Cristo encontramos que todo se centra en él. El escrito a los
Hebreos nos habla de la Palabra de Dios, viva y eficaz como él; incisiva
y penetrante a lo más íntimo del corazón,
allá donde solo Dios llega verdaderamente.
Jesús
asciende a Jerusalén con sus discípulos. Uno que no es del grupo le sale al
camino. Llegó corriendo, lo trae algo urgente para él. Se
arrodilló como quien descubre un ser superior y formula la pregunta
fundamental del hombre, la que decide su presente y su futuro. No inquiere
cosas pasajeras ni banales: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Se
siente hijo de Dios y en el texto habla no de poseer sino de heredar. Se
dirige a Jesús como a un Maestro bueno, en quien se puede
confiar; de quien solo podemos esperar lo bueno. Jesús lo llama a reflexionar y
ponderar sus palabras. En realidad solo Dios es bueno. En todo lo
creado se esconde raíz de mal, así sean las limitaciones de la vida.
La
respuesta inicial de Jesús podría ser dada por un maestro de Israel. Conoces,
mejor, sabes lo mandamientos. Jesús de un saber que va
más allá de la simple información, de conocer un texto. Le sugiere cumplirlos,
identificarse en la práctica con ellos. Le ayuda recitándolos él mismo; añade
algo que no está en el texto tradicional: no estafarás. El hombre
responde afirmativamente. Es un buen israelita, sin engaño como
los quería él. Jesús se le quedó mirando con cariño, mirada
distinta de otras miradas que el evangelio de Marcos señala. En ella había ya
una invitación. ¿Cómo resistir esa mirada? Pero hay la condición fundamental:
preferir a Jesús por encima de toda riqueza, tenerlo a él como la máxima, la
única verdadera riqueza, el primer valor. Anda… vende… da… y luego
sígueme. Para el hombre, Jesús debe ser lo mayor que hay que buscar.
Para Jesús ese hombre que está allí es lo que él busca. Es como si le hubiera
dicho: no me interesan tus riquezas, me interesas tú; lo que busco y amo eres
tú, solo tú..
Todo se
resuelve en la negativa del hombre en el momento máximo de su ser religioso, de
su fe. Prefirió no seguir a Jesús; optó por seguir cultivando sus bienes,
efímeros, perecederos, imposibles de parangonar con el Hijo de Dios. Hay una
enseñanza fundamental: es posible para el hombre, para todo hombre, para
nosotros, equivocar el camino; fallar en el momento de elegir. Pecado significa
fundamentalmente errar el tiro, no dar en el blanco al disparar.
¿Lo
entendieron los discípulos de entonces?
¿Lo
entendemos los discípulos de hoy?
¿No está
allí el secreto fundamental del negarse a seguir a Jesús en el camino de la
vida cristiana?
¿O de
seguirlo sin compromiso, lo que equivale a no seguirlo?
Jesús da
la clave. Si esto se mira solo con criterios humanos, los que hoy aprendemos en
los talleres de la promoción del hombre, en las luchas por hallar puesto en la
sociedad, no lo entendemos y no lo aceptamos. El solo recurso al que hay que
acudir es Dios mismo. ¿Quién puede salvarse? Decían los
discípulos a Jesús. O sea ¿quién puede aceptar esa condición? Un poco más
adelante el evangelio nos va a hablar de las pretensiones de los hermanos
Santiago y Juan (Mc 10, 35-36). Jesús dijo entonces y nos dice hoy: Es
imposible para los hombres, no para Dios. Para Dios todo es posible.
En ese
conflicto entre los planes del hombre y los de Dios, entre riquezas terrenas y
bienes divinos, Dios no es solo espectador del combate que sufre el hombre en
su opción. Dios entra con su gracia a un corazón abierto, capaz de entender.
Los meros criterios humanos de empresa no nos sirven. Los bienes son buenos,
son regalo de Dios a la humanidad para servicio de todos los hombres. Son
necesarios pero no se pueden equiparar a la vocación fundamental del hombre que
es Dios mismo, solo él. No olvidemos que donde terminan las posibilidades
humanas empiezan las posibilidades divinas. Es palabra para todos los
bautizados. Para el evangelio no hay discípulos mediocres.
Amén.