Homilía Dominical
Junio 30 de 2013
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
Evangelio Según San Lucas
9, 51-62
Cuando ya se
acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su
viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de
Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron
recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus
discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: -Señor, ¿quieres que
ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió
y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea.
Mientras
iban de camino, un hombre le dijo a Jesús: -Señor, deseo seguirte a dondequiera
que vayas. Jesús le contestó: -Las zorras tienen cuevas y las aves tienen
nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Jesús le dijo
a otro: -Sígueme. Pero él respondió: -Señor, déjame ir primero a enterrar a mi
padre. Jesús le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve
y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: -Señor, quiero seguirte, pero primero
déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: -El que pone la
mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios.
Palabra Del
Señor.
Gloria A Ti,
Señor Jesús.
________
Este pasaje
del Evangelio nos propone una reflexión sobre las condiciones que exige el
seguimiento de Jesús. Veamos cuáles son esas condiciones, teniendo en cuenta
también las otras lecturas bíblicas de este domingo [1 Reyes 19, 16b.19-21;
Salmo 16 (15); Carta de Pablo a los Gálatas 5, 1.13-18].
1.
“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y
que acabe con ellos?”
La primera
condición para seguir a Jesús es la actitud de tolerancia, opuesta
diametralmente al fanatismo. El relato del Evangelio nos presenta a Jesús
caminando con sus discípulos de norte a sur, es decir, desde la región de
Galilea hacia la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén. Para llegar a
esta ciudad tenían que pasar por el país de Samaria, cuyos pobladores, los
llamados “samaritanos”, eran enemigos de los judíos.
La reacción
de Santiago y Juan, que en los evangelios son apodados “los hijos del trueno”
seguramente por los impulsos de su temperamento primario pero también
precisamente por aquello de querer que cayera un rayo sobre los samaritanos que
no habían querido recibir a Jesús, es ni más ni menos la misma de los fanáticos
religiosos, que consideran que su causa tiene que triunfar mediante la
destrucción o eliminación de quienes se les opongan. Esta actitud intransigente
e intolerante, que tiene mucho en común con las posiciones políticas extremas
-sean de “izquierda” o de “derecha”-, existen por desgracia en todas las
religiones, como también en todos los grupos sectarios que se consideran a sí
mismos como los buenos y santos, y conciben a Dios como un juez castigador y
destructor de aquellos a quienes ellos consideran los malos y pecadores. La
actitud de Jesús, que con su ejemplo nos revela cómo es y como actúa Dios, es
totalmente contraria al fanatismo intolerante.
Revisemos
entonces cuál es nuestro grado de tolerancia o de intolerancia, y saquemos
nuestras propias conclusiones si de verdad queremos ser coherentes con nuestra
opción de ser auténticos seguidores de Cristo. ¿Aceptamos la diferencia de
pensamientos y opiniones? ¿O somos intransigentes porque nos creemos los
“buenos” y consideramos “malos” a quienes no piensan como nosotros?
2.
“El Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”
Una segunda condición del seguimiento de Jesús es el desapego,
consistente en la disposición a no vivir instalados. Ser discípulo de Cristo
exige no apegarse a las comodidades materiales y tener la fortaleza necesaria
para asumir las dificultades y los sacrificios que implica cumplir la voluntad
de Dios, que es voluntad de amor mostrada más en las obras que en las palabras.
Esta disposición va en contra de la tentación del facilismo, tan
característica de la mentalidad de quienes quieren el éxito sin esfuerzos, el
dinero sin trabajo, las comodidades y los placeres propios de una existencia
esclavizada por el culto a lo material. El verdadero seguidor de Jesús, por el
contrario, es un ser libre de la esclavitud del egoísmo que impide realizar la
ley del amor, tal como nos lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura:
“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse
ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la
esclavitud. Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen
esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los
unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato:
"Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5, 1. 13-14).
Preguntémonos:
- ¿Tengo la disposición de asumir el esfuerzo que implica seguir a Jesús, con la libertad propia de quien no se deja atar por los apegos o afectos desordenados?
- ¿Cuáles son en mi caso esos apegos, esos afectos que me impiden seguir libremente a Jesucristo, y por lo mismo me impiden amar de verdad?
3.
“El que empuña el arado y mira para atrás no sirve
para el Reino de Dios”
La tercera
condición es no dejarse enredar por lo que pueda impedir la perseverancia en el
camino emprendido. En contraste con lo que cuenta el relato de la primera
lectura refiriéndose a la vocación profética de Eliseo para seguir como
discípulo al profeta Elías (1 Reyes 19, 16b.19-21), a primera vista parece
desconsiderado lo que le dice Jesús a quien le pide ir primero a enterrar a su
padre, o al otro que quiere ir a despedirse de su familia. Sin embargo, lo que
el Evangelio pretende resaltar es la radicalidad que implica la decisión
prioritaria de seguir a Cristo: el Señor está por encima de todo, incluso de la
propia familia, a la cual podría estar uno tan apegado que los lazos de
parentesco le impidan seguirlo con una disponibilidad total. Esto resulta muy
significativo en el contexto en el que fueron escritos los primeros evangelios
-como el de Lucas-, entre los años 64 y 80 d. C., cuando los cristianos eran
perseguidos y podían tener en sus propia familias a posibles delatores ante las
autoridades del imperio romano.
La imagen
del arado, instrumento con el que se prepara el campo para la siembra, es muy
significativa en el lenguaje de Jesús, que empleaba comparaciones tomadas de la
vida cotidiana de sus oyentes. Cada uno de nosotros está llamado a colaborar
con Él en la tarea de sembrar la semilla del reino de Dios, reino de justicia y
de amor cuya cosecha será la paz y la felicidad para todos los que acojan la
Palabra de Dios. ¿Estamos realizando esta tarea con la tenacidad de quienes
persisten a pesar de las dificultades?
Pidámosle al
Señor que nos ayude a seguirlo con la disponibilidad plena que exige nuestra
opción por Él, cumpliendo las condiciones que Él mismo nos señala para ser sus
auténticos discípulos.-